jueves, 21 de febrero de 2019



MONOGRAFÍAS FILOSÓFICAS CRÍTICAS VIII



Patricio Valdés Marín


CONTENIDO



  1. Una metafísica del universo                       
  2. Las categorías metafísicas            
  3. Causalidad y estructuración                       
  4. La energía                         
  5. Energía cuantificada                      
  6. Contradicciones de la teoría general de la relatividad          
  7. Una cosmología                            
  8. La esencia de la vida                     
  9. El instinto de dominio – una teoría             
10. El sistema de la afectividad                       
11. El cerebro y la conciencia              
Lo epistemológico I - https://unihummono4.blogspot.com
12. La psiquis                                     
13. El discurso filosófico histórico                  
14. Una teoría del conocimiento I                     
Lo epistemológico II - https://unihummono5.blogspot.com                              
15. Una teoría del conocimiento II                                
16. Los límites del conocimiento humano         
17. Crítica de la ciencia a la epistemología filosófica    
18. La filosofía y la ciencia                              
19. El lenguaje                                    
Lo transcendente I - https://unihummono6.blogspot.com
20. Una cosmovisión               
21. Cuestiones religiosas                     
22. Dios                      
23. La eternidad           
24. La línea divisoria                
Lo transcendente II - https://unihummono7.blogspot.com
25. Reflexionando sobre el significado de la existencia de Jesús         
26. Jesús de Nazaret y el cristianismo                          
27. Breve historia de la humanidad y su relación con lo divino              
Lo socio-político I - https://unihummono8.blogspot.com
28. Antecedentes antropológicos de la sociedad         
29. El ser humano y la sociedad                      
30. Fundamentos antropológicos de la política            
Lo socio-político II - https://unihummono9.blogspot.com
31. La política              
32. La guerra               
33. El Leviatán y los Estados Unidos   
34. El derecho de propiedad privada   
35. La ética del capitalismo                 
36. La tecnología         
37. En el espíritu de El Capital de Karl Marx     
38. Las peculiaridades de la economía de los Estados Unidos     





28. ANTECEDENTES ANTROPOLÓGICOS DE LA SOCIEDAD




El punto de partida de cualquier filosofía realista son los datos antropológicos en relación a los orígenes del ser humano.  Desde El origen de las especies (1859) de Charles Darwin se ha ido descubriendo cada vez más sobre la evolución de la especie humana, y la paleo-antropología nos ha ido desvelando cada vez más el misterio de dónde provenimos. Según éstos los homínidos vivían, no solitariamente, sino en tropas, similares a cómo viven en la actualidad los chimpancés y gorilas, que son la organización social de los primates contemporáneos más emparentados con el género homo.  Con el pasar del tiempo y la aparición de los humanos, estas tropas se transformaron en tribus. Estas fueron posibles gracias al desarrollo de una mayor cefalización, de mayores conexiones neuronales y del lenguaje, marcado por la selección natural. La transición desde una tropa de homínidos a una tribu de humanos se fue realizando paulatinamente, cuando los homínidos fueron adquiriendo una inteligencia suficientemente desarrollada como para crear cultura y convivir y explotar diversos nichos ecológicos.

En la perspectiva antropológica la comunidad humana más básica de todas no es la familia, sino la tribu. Sin diferenciarse sustancialmente de la tropa la tribu surgió como una eficiente organización político-social para procurarse el sustento a través de la caza y la recolección, y para mejorar la defensa colectiva contra depredadores y enemigos. Por tanto, la tribu es la organización socio-política que fue fruto de una larga evolución biológica y que fue consecuencia del advenimiento de una especie cuyos individuos llegaron a poseer pensamiento racional y abstracto y cuya forma de vida estaba centrada en la actividad de supervivencia de cazar y pescar y recolectar frutos, hierbas, raíces y semillas y mariscar. Es así que la caza y la recolección determinaron una cultura y una organización social tribal. Nuestra existencia exclusivamente tribal duró hasta hace unos pocos miles de años en ciertas partes del mundo, cuando advino la comunidad agrícola y pastoril. Constituyó un tiempo insuficiente para alterar nuestro código genético con comportamientos sociales diferentes, más humanos por así decir.


El origen teórico del homo sapiens


Es posible que hará unos 200.000 años atrás y por una extensión de unos 100.000 años, la evolución del género homo pasó por una fase acuática que dio origen a la especie sapiens. Durante este tiempo, el homo sapiens adquirió las características que lo separó del homo erectus, especie del que provenía. El medio acuático lo diferenció de su antecesor principalmente porque su dieta fue muy rica en proteínas cuando supo explotar el nuevo nicho de peces y moluscos marinos. No sólo esta dieta favoreció el desarrollo del cerebro, sino que el medio acuático lo separó morfológicamente de sus antepasados.

La evolución marcha rápida y es profunda cuando un grupo permanece aislado en un ambiente muy distinto del que tenía y está además constituido por relativamente pocos individuos para que las mutaciones benéficas puedan propagarse a toda la población en pocas generaciones. Al cabo de algunas decenas de miles de años, podemos suponer que nuestra especie habría evolucionado hasta adquirir las características anatómicas que nos caracteriza y que nos diferencia de los otros homínidos. Estas características han sido descritas en la “teoría acuática” propuesta por Sir Alister Hardy (1896-1985), en 1960, y Elaine Morgan (1920-), en Eva al desnudo, 1972. Esta última antropóloga explica que ciertos rasgos propios del homo sapiens sólo pudieron aparecer durante una etapa de su evolución ocurrida en el agua. Aunque ambos postulaban que tal evento ocurrió en el Plioceno, es mucho más probable que esta etapa pudiera haber sucedido justamente ya muy avanzado el Pleistoceno, y precisamente en la época indicada por la teoría del ADN mitocondrial para el origen del homo sapiens.

Entre los rasgos anatómicos distintivos que nos separa de los demás primates la teoría acuática menciona algunos muy característicos. Así, no sólo el pelaje desapareció, sino que el escaso vello que quedó está dispuesto de manera distinta del pelo de los demás primates, pues sigue la dirección de la corriente de agua en un nadador, dato que puede ser útil al momento de afeitarse. Las yemas de los dedos del ser humano adquirieron una marcada sensibilidad, la que puede deberse a la necesidad que tuvo en la era acuática para tantear moluscos que no se pueden ver con precisión bajo el agua. Su capa de grasa subcutánea es similar a la de otros mamíferos acuáticos, pero es distinta de los otros primates, y pudo deberse a la manera de mantener la temperatura corporal dentro del agua cuando debió reemplazar el pelaje como abrigo corporal, pero que estorbaba en el agua. El cabello se mantuvo sólo sobre el cráneo, que el nadador mantenía fuera del agua, probablemente como protección solar y, en el caso de las mujeres, aquél es más largo para que las crías, también eximias nadadoras, pudieran asirse. Las crías humanas pueden nacer bajo el agua y en sus primeros meses los bebes pueden nadar sin ahogarse. Los lacrimales sufrieron el desarrollo que demandaba el nuevo hábitat marino. A diferencia de los simios, la nariz humana se prolongó para construir un techo cartilaginoso, dirigiendo la apertura de las fosas nasales hacia abajo para impedir que el agua ingrese a las vías respiratorias cuando se aspira con la cara mojada. Los incipientes cartílagos entre los dedos de nuestras manos apuntan hacia la función natatoria de las patas palmípedas de los ánades y otras aves marinas.

El lenguaje articulado fue posible cuando, justamente, en la etapa acuática de la especie la laringe adquirió una posición más baja en el cuello, lo que permitía a nuestros antepasados de hace 200.000 a 120.000 años atrás nadar y sumergirse sin que el agua ingresara a sus pulmones por la tráquea. Esto produjo un aumento del tamaño de la faringe, que es el espacio situado entre el fondo de la cavidad nasal y la laringe y que constituye una cámara inexistente en los restantes animales. La ampliación estructural de la faringe permitió a aquellos antepasados y permite a nosotros emitir precisamente los sonidos vocales que requiere el lenguaje articulado.

En el hábitat de praderas el homo erectus había sobrevivido y evolucionado para adquirir los rasgos anatómicos que los caracterizaban. Se supone que lo central de su dieta habría sido la médula de carroña suplementado por frutas, raíces, semillas y alimañas. Grupos de ellos, que ocupaban zonas costeras con extensiones amplias de agua de bajo fondo de África oriental, que eran ricas en las nutritivas proteínas de peces y mariscos, habían encontrado la técnica de pescar y mariscar. Esta dieta rica en proteínas posibilitó el crecimiento del cerebro, condición necesaria para originar el homo sapiens. La nueva expansión del cerebro ocurrida desde hace unos 200.000 años atrás y que desarrolló los lóbulos frontales no hubiera ocurrido probablemente si acaso el nuevo hábitat no hubiera tenido abundancia de alimentos para una dieta suficientemente rica en nutrientes y calorías, como es el caso de una dieta basada principalmente de peces y mariscos, para suplir la mayor demanda energética que exige un mayor volumen cerebral en relación al cuerpo.

Desde el punto de vista del desarrollo del cerebro y de la expansión de la caja craneana, el filum homo había atestiguado probablemente dos saltos anteriores. El primero ocurrió cuando un grupo de homínidos adoptó la postura erguida, hace unos dos y medio millones de años, con lo que el cráneo se liberó de la musculatura que lo aprisionaba para mantenerlo horizontal y consecuentemente creció. Posteriormente, hace unos dos millones de años, posiblemente ayudado por una nueva dieta rica en proteínas que su mayor inteligencia había descubierto, se produjo en nuestros antepasados una mutación genética, por la cual el desarrollo muscular de las mandíbulas se vio limitado, a la vez que el cráneo se vio nuevamente más libre del aprisionamiento muscular.

También es probable que este aislado grupo deviniera, durante esa etapa, en la primera tribu de homo sapiens, pues su cerebro habría adquirido en ese entonces la capacidad de pensamiento racional y abstracto que toda su descendencia tendría, como también de las características que caracterizan a la psicología humana. Pero a diferencia de las otras adaptaciones surgidas como soluciones concretas al nuevo ambiente playero, esta capacidad no fue probablemente una mejor adaptación, sino una determinada y novedosa organización cerebral que surgió en forma aleatoria, sin propósito definido, pero que terminó por demostrar su portentosa utilidad a través del lento devenir del tiempo.  El pensamiento específicamente humano es aquél de las ideas abstractas que permiten conceptualizar la realidad, y del razonamiento lógico que permite entenderla mejor. Adicionalmente, son específicamente humanos los sentimientos en el plano afectivo y la voluntad de la acción intencional en el plano efectivo. Todos estos productos psíquicos de la mente humana, que tienen por fundamento la estructura cerebral y su modo de funcionamiento, se erigen sobre un substrato neuronal y psíquico que es común a todos los animales superiores, pero que ha sufrido un extraordinario desarrollo en el homo sapiens.

La teoría paleo-antropológica, que busca trazar los orígenes de nuestra especie mediante el análisis del ADN mitocondrial de los diversos pueblos existentes en la actualidad, postula que es probable que los seres humanos modernos provengan de una sola “Eva”, que vivió en África hace unos 120.000 a 200.000 años atrás. Es probable también que Eva perteneciera a un reducido grupo de homo erectus que se hubiera establecido en las aisladas playas de la costa africana que van desde el Mar Rojo hasta el cabo de Buena Esperanza. Justamente en tales lugares se han descubierto conchales que delatan huellas de asentamiento humano que datan del Pleistoceno. Durante dicha época este grupo de homínidos evolucionó en homo sapiens en medio de una dramática presión ambiental que extinguió al homo erectus y que estuvo a punto de causar la extinción de homo sapiens. Hace 75.000 años atrás, la emergente población de humana sufrió casi una extinción que hizo peligrar su prolongación a causa de la violenta erupción del súper volcán Toba, en Sumatra. Las cenizas cubrieron por años la atmósfera, bloqueando la luz del Sol y produciendo un descenso de 10º C de la temperatura global promedio. Los gases volcánicos acidificaron la atmósfera y el agua dulce. Tres cuartas partes de la vegetación pereció y muchas especies se extinguieron. Se estima que la población humana se redujo a un par de miles de individuos. Por parte de un “Adán” la humanidad toda proviene genéticamente de un antecesor masculino que vivió hace 60.000 años. Desde entonces los descendientes con amplias frentes de esta primera tribu humana dirigieron sus aventureros y adaptables pasos para conquistar primero Asia, Europa y el interior de África, según explica la teoría “fuera de África”, y en el transcurso del tiempo ocupar toda la Tierra, e incluso haber pisado la Luna.



La tribu



Uno de los resultados más sorprendentes del advenimiento del homo sapiens y su portentosa inteligencia fue la posibilidad de vivir en tribus. Una tribu permite una adaptación extraordinaria al medio, pues el conocimiento de la experiencia individual se puede transmitir a todos sus miembros y se conserva indefinidamente en la comunidad, acrecentándose con las experiencias de los demás en lo que constituye la cultura. La inteligencia humana posibilita el conocimiento íntimo de los alrededor de 60 a 120 compañeros de una tribu. En fin, aquello que distingue una tribu de una tropa es la formidable acentuación de la solidaridad y la cooperación en la genética humana, por las cuales se pueden vencer los obstáculos que el medio va presentando hasta dominarlo y someterlo. Una tribu es una comunidad humana compuesta por miembros que comunican conceptos abstractos y lógicos, que se conocen íntima y afectivamente, se estiman y se respetan. La tribu es el hábitat natural de todo ser humano, producto de la evolución genética. Toda estructuración social que no respete la naturaleza o el modo de ser tribal produce hondos conflictos psicológicos y morales en los individuos.

El poder reproducir la realidad en representaciones de imágenes subjetivas es una capacidad de la inteligencia animal, pero el poder de representarla en conceptos abstractos es propio del pensamiento humano. Además, el poder relacionar estas representaciones lógicamente y generar un orden que no es evidente en la pura observación de la realidad es una capacidad del pensamiento racional. El poder traducir verbalmente los conceptos es propio de la palabra, y el poder relacionar y estructurar estas unidades racionalmente es propio del lenguaje comunicativo de la cultura de cualquier comunidad humana. El pensamiento humano es la capacidad para relacionar imágenes, ideas y proposiciones en representaciones más complejas. Se pueden distinguir dos tipos de procesos de pensamiento netamente humanos distintos, pero que habitualmente son englobados en lo racional, conduciendo a graves errores teóricos. Estos son el pensamiento abstracto y el pensamiento específicamente racional. El pensamiento racional y abstracto del ser humano lo separa de sus antecesores homínidos y del resto de los animales, y lo coloca en un lugar muy especial entre las criaturas del universo. Mediante esta capacidad intelectual, un ser humano adquiere conciencia de sí, comprende lo que vincula una causa con su efecto, consigue dominar su entorno, comunicar su experiencia a otros seres humanos y comprender la experiencia de éstos. No sólo puede con otros humanos generar cultura, sino que puede maravillarse del mundo que lo rodea y reconocer lo transcendente.

Si la cultura nos permite aprovechar las ventajas del conocimiento acumulativo y las profundas tendencias psicológicas de solidaridad y cooperación implantadas en nuestro genoma, no es garantía alguna de generosidad, humanidad y misericordia. La convivencia tribal nunca ha sido el Edén bíblico. El afán individual de supervivencia y reproducción choca contra la necesidad de subsistencia comunitaria, y antes que brote en abundancia el respeto, la generosidad y la misericordia, a menudo lo que aflora son la codicia, la lujuria, la gula, la avaricia, la pereza, la ira, la envidia y la soberbia, que son los vicios reconocidos en las enseñanzas morales de la época grecolatina. En la perspectiva inclusión-exclusión social, si los miembros de la propia tribu son considerados vecinos, colaboradores, compañeros, camaradas, amigos, los miembros de las otras tribus son juzgados como foráneos, competidores, rivales, adversarios y hasta enemigos. Esta situación antropológica genera los principales conflictos sociales, étnicos e inter-tribales.

La tribu fue la primera organización política. En una sociedad civil moderna pueden distinguirse numerosos rasgos tribales, como roles y funciones diferenciadas, autoridad, disciplina, normas, identidad y su simbología, origen común, territorio, defensa, patrimonio, educación, sistema ético, religión con sus mitos y ritos, cultura. La tribu es más que una gran familia, aunque corrientemente sus miembros estén unidos por lazos de sangre, abarcando varias generaciones con diversos grados de parentesco, y pudiendo trazar su origen a un patriarca. Para evitar la consanguinidad y endogamia sus miembros forman eventualmente parejas reproductoras con miembros de otras tribus, habiéndose establecidos diversos tabúes que inhiben relaciones sexuales entre familiares. A diferencia de una sociedad moderna que relega en la familia las funciones afectiva y formadora, además de la económica y la educadora, la tribu las asume todas, excepto la crianza que corresponde propiamente a la madre. El paso a la pubertad significa para el individuo ser integrado como miembro pleno a la tribu.

Los cientos de miles de años de práctica de vida tribal, no sólo fueron fruto de nuestra condición humana, sino que también moldearon nuestra psiquis. Por ello, podemos deducir que la tribu es el fundamento de cualquier organización social y política posterior más compleja. Todo modelo social y político que se haya dado en la historia humana y se esté dando en la actualidad obedece a los moldes tribales impresos firmemente en nuestro genoma. Las relaciones sociales y políticas que se dan en las tribus son básicamente las mismas que se observan en sociedades más sofisticadas y complejas; y cuando por alguna catástrofe alguna sofisticada y compleja sociedad se desintegra, los sobrevivientes no degeneran a la anarquía de la nada atómica, sino que de modo natural llegan nuevamente a organizarse en formas tribales, como bien lo describió William Golding (1911-1993) en su novela El señor de las moscas (1954).

Las relaciones tribales se establecen naturalmente para procurar la subsistencia de la tribu y asegurar la supervivencia y la reproducción de los individuos que la componen. La organización socio-política que la actividad económica de nuestros antepasados demandaba establecer produjo el establecimiento de jerarquías y diferenciación de funciones. Nos resulta natural reconocer la autoridad y conferirle legitimidad con nuestra fidelidad y nuestra disposición a obedecer. Por lo mismo, también llegamos a compromisos y los honramos. Acordamos objetivos y establecemos las estrategias para alcanzarlos. Participamos experiencias y respetamos a quienes más saben. Reconocemos en otros la fortaleza, la integridad y el valor, y los proponemos como nuestros guías y líderes. Perseguimos la equidad y la justicia. Protegemos a los débiles y auxiliamos a los necesitados. Nos es también natural ser solidarios y nos sacrificamos por los demás. Cooperamos en las tareas de bien común. Colaboramos con quienes necesitan nuestra ayuda. Compartimos nuestro pan y nuestro techo y servimos a nuestros huéspedes. Comunicamos nuestras alegrías y pesares. Adoramos, agradecemos y suplicamos a nuestros dioses.

Un territorio y coto de caza, que tendría alrededor de 60 kilómetros cuadrados, no tenía más capacidad que para alimentar un promedio de sesenta individuos. Sólo hace relativamente muy poco tiempo atrás –menos de diez mil años– que los seres humanos descubrieron la agricultura y el pastoreo, permitiendo la habitación de mucha mayor cantidad de individuos en una superficie determinada. La cultura sufrió un cambio radical, pues la alimentación requirió menos esfuerzo, haciendo posible la división social en clases determinadas por funciones específicas. En todo aquel largo tiempo de caza-recolección la evolución imprimió firmemente en nuestro genoma la capacidad para interactuar culturalmente según padrones tribales que se observan constantemente en nuestros comportamientos cotidianos, como el fútbol que no es otra cosa que una guerra tribal ritualizada. En cambio es muy poco probable que el relativamente corto tiempo de cultura agrícola-pastoril haya tenido tiempo para actuar sobre nuestro genoma.

La testosterona, hormona surgida como una ventaja evolutiva para la prolongación de la especie y que es producida por los machos y las hormonas, oxitocina y prolactina,  y endorfinas que se producen al ser madre y que hacen que ella quiera cuidar de su hijo y se sienta estrechamente ligada a él son la causa del dimorfismo sexual que se puede observar en el especie humana y fueron los impulsores en la especificidad funcional-económica de la caza y la recolección y que originó la tribu. Expresando su testosterona, los machos de nuestra especie se especializaron en la caza y la guerra. Esta actividad cazadora y guerrera demanda naturalmente cooperación y colaboración. Para actuar concertadamente, es necesaria la dirección de un líder. Por su sabiduría y fortaleza este jefe recibe el reconocimiento de sus pares, quienes le ofrecen su lealtad, fidelidad y hasta homenaje. La disciplina es algo que todos asumen como algo necesario para el buen resultado de la empresa. Para comprometer la acción de sus compañeros el líder entiende que debe responder al objetivo acordado y al bien común. Un buen líder es aquel que reconoce las finalidades que el grupo persigue. Todos entienden que la lealtad, la confianza, la obediencia, el trabajo de equipo y el reconocimiento de la autoridad son primordiales para la acción concertada. Por su parte las hembras se dedicaron a la recolección y la crianza. Es posible observar que la crianza de hijos significa imponer una abnegada y cariñosa pero firme voluntad a los inmaduros retoños. El sacrificio y el cuidado implican castigar la rebeldía y la desobediencia. La disciplina surge naturalmente en la mujer para ordenar lo que se desorganiza. Esta disciplina es reforzada por aquel orden que a ella le viene en forma tan natural, similar a la recolección de frutos y aseo del hogar. Una buena madre no busca consentimiento, consejo ni concertación. Ella simplemente manda con autoridad, pues ella sabe naturalmente lo que mejor conviene a sus hijos. Esta innata actitud psicológica femenina contrasta con la del varón. Las anteriores características han sido genéticamente estructuradas en los humanos en el curso de la larga existencia tribal.



Tensiones existenciales



A diferencia de los animales, en la persona se puede observar una latente tensión existencial entre, por un lado, una necesidad psicológica de pertenencia e inclusión, de ser aceptado y aprobado por su grupo, y por el otro, su esfuerzo por diferenciarse del grupo y adquirir o buscar identidad propia. La pertenencia se expresa por las manifestaciones de aceptación y cariño del grupo, como signo de garantía para sus instintos de supervivencia y reproducción. La pertenencia produce un emotivo orgullo de identidad, como por ejemplo el orgullo nacional. Inclusive, una persona busca forzosamente pertenecer para salir de su aislamiento y soledad natural, como cuando se torna en trabajador de una empresa, en hincha de un personaje público, deportivo o de la farándula, o en miembro de un club literario. Lo que caracteriza el comportamiento social de toda persona es la aceptación y el hacer todo lo posible para evitar el rechazo que podría provocar si no actúa según lo dispone el grupo. Sin embargo, al pertenecer a un grupo, cualquiera sea su dimensión y función, una persona está necesariamente, aunque muchas veces sin intención, excluyendo a los individuos de otro grupo. Muchas veces se llega incluso a considerarlo como un competidor, adversario, como cuando se enfrentan las hinchadas en un campeonato de fútbol, moderna expresión de las ancestrales contiendas tribales, y hasta a calificarlo como un enemigo y enfrentarse con toda la hostilidad y violencia posible en el campo de batalla. Por razón de pertenencia su grupo le obliga a rechazar grupos competidores o rivales. Las tendencias hacia ser parte y hacia la exclusión provienen de las conductas básicas de los animales relativas a la sumisión y la agresividad y de la mecánica de interacción entre grupos distintos. Herbert Spencer (1820-1903), en Los principios de la ética, 1893, quiso explicar esta ambivalencia del comportamiento humano. El comportamiento que exige tanto la “cooperación interior” como la "defensa exterior” obedecería a dos códigos opuestos: el “código de la amistad” y el “código de la enemistad”, es decir, a una “amistad interna” y a un “antagonismo externo”. De este modo, estas dos éticas contrapuestas, donde las virtudes y las obligaciones son igualmente aprobadas y condenadas según el tipo de código, deben ser asumidas por los individuos al vivir en sociedad.

El mecanismo social de pertenencia y exclusión tiene su expresión cultural en lo que se entiende como el “ethos cultural”. La ética resume como normas las conductas que posibilitan a un individuo sobrevivir y a la estructura social subsistir. El ethos cultural es el conjunto de normas éticas que guían a un grupo social determinado. Estas son tan sutiles como envolventes; tan propias de un grupo como incomunicables a otros grupos; tan concretas como difíciles de definir. El individuo queda empapado de ellas desde su infancia y en especial en su adolescencia, cuando se encuentra en la edad para recibir una decisiva impronta cultural de valores más abstractos; y cuando es adulto, la transmite a los menores de su grupo. El ethos cultural tiene una permanencia que muchas veces complota contra la supervivencia del individuo y hasta contra la subsistencia del grupo, cuando sus componentes (normas, mitos, costumbres, ritos, etc.) van quedando obsoletos y no responden a las nuevas exigencias impuestas por el ambiente en permanente cambio. Una vez puesta la camiseta distintiva de un grupo, es muy difícil sacársela. La lealtad tiene una fuerza psicológica determinante. Por otra parte, quien no actúa según el ethos es marginado del grupo.

La pertenencia a un grupo social obliga a la solidaridad. Por el contrario, la exclusión pone al otro en competencia con uno. Cuando se produce la pertenencia, surge la solidaridad. Cuando aparece la exclusión, nace la competencia. Actuamos a través de la acción solidaria y de cooperación cuando reconocemos que el otro pertenece de alguna u otra manera a mi grupo. Esta acción que relaciona a los seres humanos entre sí no es de la exclusividad humana. Nuestro pasado cazador nos obligó a ser cooperativos, pues, tal como los lobos, nuestros antepasados cazaban ocasionalmente presas difíciles que requerían el reconocimiento de un orden social para la acción conjunta. Resulta contraria a nuestra psicología natural la imposición que la economía de mercado exige de una actitud competitiva e individualista que debemos asumir culturalmente en contra de nuestra tendencia natural cooperadora. Por su parte, nuestra relativa debilidad física nos obligó a ser solidarios. Nuestra acción solidaria resulta en una acción de ayuda, no necesariamente hacia un igual, sino a menudo hacia un desvalido. No siempre esta acción es evidente, considerando la cantidad de gente desamparada. Ambos tipos de acciones sociales fueron sin duda ventajas adaptativas en la larga evolución hasta fructificar en la especie homo sapiens.

La existencia del mecanismo de estructuración social, por el cual un individuo adquiere permanencia dentro de un grupo, pero a costa de excluir a otros, ha sido tanto la fuente de las crónicas tragedias sociopolíticas que sufre la humanidad como la forma cómo se cohesiona y subsiste la sociedad. No obstante dicha contradicción no tiene un grado de necesidad absoluta y puede ser superado con inclusión y tolerancia. Un sistema político es exitoso en la medida que logre incluir a los individuos de sociedades diversas en estructuras sociopolíticas más amplias, pluralistas y, por tanto, de escala mayor. Por el contrario, un sistema falla cuando sufre la desintegración de sus componentes o cuando algunos grupos, en vez de ser incluidos, son intolerantes y someten o son sometidos con violencia. Esta situación es foco de conflicto e inestabilidad social. Lo que garantiza la paz interna y la estabilidad social es el reconocimiento por parte de los individuos de los derechos de cada cual en cuanto individuo con los mismos derechos que uno mismo, y no precisamente el reconocimiento de grupos privilegiados. Esta condición demanda tolerancia hacia grupos rivales y pluralismo para aceptar a sus miembros como nuestros iguales.

El mecanismo de la evolución biológica favorece aquellas características que resultan ser más ventajosas para la prolongación de la especie; de otra manera, ésta desaparecería. Por ello, además, el individuo posee fuerzas centrífugas, generosas y dirigidas a la preservación de su grupo social y a su propia integración en éste. Los individuos de la especie humana, como aquéllos de otras muchas especies sociales, tienen una capacidad innata e instintiva para la protección de los débiles y la crianza de los menores. También en el curso de millones de años de evolución como cazadores y recolectores que llevaban una existencia tribal, se incorporaron a la conducta humana otras características centrífugas, como la colaboración, la cooperación y la acción solidaria. La capacidad genéticamente adquirida de habilidad cazadora y de interacción tribal, donde la lealtad, la confianza, la obediencia y el reconocimiento de la autoridad desempeñan funciones tan importantes para la subsistencia de la tribu, moldeó la naturaleza de nuestra interacción social. No de otra manera puede explicarse la cooperación y la colaboración de los jugadores de un equipo en un partido de fútbol junto con la intensa emoción de los hinchas (que no es otra cosa que una guerra tribal simbólica), la coordinación en el trabajo en una fábrica, la discusión política en un parlamento o la acción de los combatientes de un bando en una cruenta batalla. Para todas las actividades sociales que se centran en alcanzar un objetivo común, los seres humanos tenemos la aptitud natural para repartirnos tareas, someternos a la autoridad reconocida y coordinar la acción.

Al igual que la solidaridad el egoísmo tras la necesidad de la supervivencia es también una fuerza poderosa que emplea el ser humano para su propia preservación. En este sentido debemos considerar que si el individuo no actúa para sobrevivir, el grupo social no puede subsistir. Se podría añadir que el mismo egoísmo existente tras la aceptación y reconocimiento del otro está requiriendo justamente al otro. Los individuos que componen un grupo morirían prematuramente, no tardando el mismo grupo en consumirse y la especie en desaparecer. Si esta fuerza está siempre presente en cada individuo, lo es porque la perpetuación de la especie así lo exige a través del instinto de supervivencia; y esta segunda fuerza es anterior y determinante. El egoísmo se manifiesta como agresividad frente a los miembros desafiantes de la misma especie. La agresividad se emplea fundamentalmente en dos tipos de situaciones: en la defensa territorial o patrimonial y en el esfuerzo por obtener una ubicación mejor y más estable dentro de la jerarquía social. Una vez satisfecha la necesidad por una base material propia que permita la supervivencia y por un lugar respetable en la jerarquía social, la actitud agresiva disminuye. Del mismo modo como la agresividad se expresa en gestos de amenaza, la necesidad de inserción en el grupo se manifiesta en gestos de apaciguamiento. Las cárceles están llenas de personas de baja condición social, no tanto porque han violado las normas legisladas por los poderosos o porque no posean el poder suficiente para defenderse, sino porque la precariedad y la inseguridad de su posición social y la carencia de condiciones materiales mínimas generan mayor agresividad en ellos y tienden a violar con mayor frecuencia las leyes de convivencia social.

Otro elemento que divide  a la persona en su relación con la sociedad es ser al mismo tiempo tanto indigente como providente. Nace totalmente desamparado y sin capacidad para sobrevivir, necesitando la asistencia de su madre para nutrirlo, cobijarlo, entregarle cariño y protección. Posteriormente, a medida que se va auto-valiendo por sí mismo, requiere la asistencia de sus congéneres. Incluso cuando es independiente y está formado, siempre estará necesitado de ayuda, protección y compañía de la sociedad. Por otro lado, desde que nace la persona es providente y naturalmente generoso. Está dispuesto a sacrificarse por los demás, sin mirar su propio interés, sino el bien de los otros, pues reconoce en los otros que son seres que sufren como él y también ve en los otros carencias y necesidades que él bien puede suplir.



La revolución agrícola-pastoril



La tribu, pero no la mentalidad tribal implantada en el genoma humano, finalizó con la revolución agrícola-pastoril. En vez de cazadores y recolectores, los seres humanos se transformaron en campesinos y pastores o ganaderos. La trashumancia, propia de perseguir a las presas que se movilizaban de una región a otra según las estaciones del año, derivó en el sedentarismo del cultivo de la tierra. La familia, compuesta de marido, esposa y prole, tuvo una oportunidad para desarrollarse. Surgieron de este modo aldeas, granjas y, particularmente, la comunidad de campesinos. También aparecieron las artesanías locales, como la cestería, la alfarería, la carpintería, la talabartería, la metalurgia, etc. El comercio emergió naturalmente aprovechando la oportunidad de transportar bienes abundantes en ciertos lugares y climas o estaciones hacia lugares donde éstos eran escasos o inexistentes, y nació el trueque. Gran parte de la cultura tribal se adaptó a las nuevas condiciones económicas.

Ciertos pueblos agrarios, como por ejemplo los pueblos andinos (quechuas y aimaras), vivieron por milenios en comunidades que convivían pacíficamente con otras comunidades. La razón fue que desarrollaron cultivos que sólo dependían del sol y la lluvia, como la papa, la quínoa, el maíz y calabazas, y domesticaron camélidos herbívoros. Sol y lluvia hay en todas partes y siempre hubo lugares inhabitados y cercanos para emigrar cuando la población local crecía más allá de la capacidad de la tierra para sustentarla. Otra razón para tanta paz y armonía es que la propiedad de la tierra no era privada, sino comunitaria. Anualmente, la comunidad asignaba a los individuos diferentes lotes para cultivar personalmente con su familia y su tamaño dependía del tamaño de la familia. Además, para que un individuo no se enriqueciera y adquiriera mayor poder, surgieron formas de repartir anualmente la riqueza individual lograda fortuitamente a causa de no haber tenido pestes, inundaciones ni granizos que pudieron favorecerle en comparación con los otros de su comunidad. Por miles de años el sistema de comunidad de los pueblos andinos tuvo enorme éxito en conformar una cultura pacífica, de respeto y de reconocimiento a la persona, tanto más cuanto existía reconocimiento y respeto entre las comunidades vecinas y la clave fue la propiedad comunitaria de la tierra.

Sin embargo, en la mayor parte del mundo no tardaron en surgir poderes políticos de parte de individuos que lograban controlar el agua de riego, el comercio o los nudos de comunicación. Del idílico mundo comunitario surgieron prontamente el poder centralizado de los imperios y las religiones. Su sello fue la tiranía, el dominio, las guerras y la esclavitud. La producción agrícola permitía a una proporción de la sociedad dedicarse a otros menesteres, como la burocracia, el sacerdocio y la guerra con exclusividad. El Pecado Original fue, más que el del relato bíblico, la oportunidad de poder y riqueza, propulsando la soberbia y la codicia. La historia de la humanidad no es otra cosa que el recuento de los esfuerzos por recuperar la emotiva existencia tribal en medio de revoluciones tecnológicas cada vez más intensas y rápidas, las que nos alejan aún más de esa vida comunitaria de acogida, protección mutua, identidad, solidaridad, compartir existencia, compañía, y que por los poros del genoma tanto añoramos, pero que, por otra parte, estaba saturada de ignorancia, miedo y violencia. Todos los ansiosos intentos para institucionalizar la sociedad no ha sido otra cosa que recuperar el Paraíso perdido de la tribu, idealizado por Rousseau en el primitivo “hombre bueno” por naturaleza. La tragedia humana es que cada nueva invención nos aleja más de estos anhelos por los privilegios que otorga a más poderosos, por mucho que trabajemos por integrarla a una economía solidaria  y a una convivencia ideal de paz, justicia y solidaridad.

Las sociedades modernas se parecen más a un conglomerado de tribus en permanente conflicto que a una gran tribu. Los diversos grupos que se distinguen en una sociedad se comportan como tribus, con sus propios códigos, ritos y lenguajes. Desde clases sociales hasta compañías comerciales, pasando por policías, burgueses, clubes diversos, boy-scouts, asalariados, escuelas, militares, terratenientes, partidos políticos, etc. se organizan como tribus. Además, los individuos pertenecen a muchas tribus a la vez. Existe un humano anhelo de integrar la diversidad tribal en una sola tribu; la sociedad civil surge para satisfacer este anhelo, y la democracia aparece como la forma de gobierno que encarna mejor este anhelo. Sin embargo, los conflictos dentro de la sociedad no llegan a terminar. El más importante problema social surge del excesivo poder político que trae aparejada la riqueza de un grupo (o debemos decir: una tribu dominante) de la sociedad y que se ejerce para acrecentar aún más su riqueza y poder.



El individuo, la persona y la sociedad



Un ser humano es naturalmente un ser social. Los componentes de una sociedad son los individuos, que son las unidades discretas de este todo social. Un individuo depende de la sociedad de la que forma parte, pues necesita de un medio material propicio y provisto para sobrevivir, desarrollarse y reproducirse, y la sociedad depende recíprocamente de la acción de los individuos. La sociedad es naturalmente más que la suma de los individuos, que por sí mismos constituyen una multitud o una turba. Ella es una estructura orgánica que confiere una identidad, una finalidad y un sentido de pertenencia a los individuos. Ella es un ámbito de cooperación, paz, orden, seguridad, provisión, compañía.  En el curso de la evolución el ser humano se desarrolló enormemente en el seno de la sociedad y se transformó, más que en “animal racional”, en un “animal transcendente”, mientras la sociedad se desarrollaba a partir de la tropa típica de primates en algo mucho más complejo y multifuncional, pero en su misma escala.

Sin embargo, un ser humano es antes que individuo una persona, siendo su individualidad sólo un aspecto de su humanidad, pues posee finalidades propias que trascienden la sociedad. Podemos entender por persona una estructura biológica y psicológica capaz de ejercer actual o potencialmente acciones intencionales. Un principio fundamental de la filosofía política (p, ej., Jacques Maritain (1882-1972)) es el reconocimiento de que en la complejidad de la persona la individualidad se refiere sólo a lo que forma parte de un todo social. Si una parte es menor que el todo, un individuo es menor que la sociedad, y, por tanto, está en función de la sociedad. Sin embargo, a pesar de ser una parte de la estructura social, los individuos son personas, y como tales, cada persona es un todo en sí mismo, con potencialidades que desarrollar, con necesidades que satisfacer y, principalmente, con finalidades propias que perseguir y que, por estar en una escala mayor de complejidad, trascienden la sociedad. El ser humano es principalmente una persona que en la libertad y la voluntad que lo caracteriza se proyecta hacia dimensiones que trascienden la realidad del todo social. De ahí que la estructura social no pueda abarcar la totalidad de la persona, por lo que aquella debe reconocerle finalidades propias ajenas a su dominio. Así, pues, cada individuo humano es primeramente una persona, y una persona es un ser que, a diferencia del resto de los seres del universo, tiene la capacidad para ejercer acciones intencionales y, por tanto, libres. Esto quiere decir además que antes de actuar una persona ha deliberado previamente sobre lo bueno o lo malo de su acción, sobre lo legítima que resulta ésta, y sobre lo propio o lo impropio de sus efectos. En consecuencia, la acción intencional es simultáneamente moral, legal y ética.

El Estado, que es la sociedad organizada políticamente debe estar en función de las personas, siendo éste su objetivo, y no como los regímenes totalitarios (comunismo, nazismo, fascismo) que se han servido de los individuos a los que han considerado prescindibles. La razón es que el Estado es temporalmente posterior a la sociedad del mismo modo que la sociedad es naturalmente posterior a la persona. En la visión clásica liberal, que niega la transcendencia de la persona, el individuo humano es un ente libre y su acción tiene por objetivo la satisfacción de sus propias necesidades. En este afán, resalta la acción centrípeta del individuo, entre éstas la codicia según, p. ej., Milton Friedman (1912-2006), y se destaca sólo algunas dimensiones del ser humano, entre ellas que su ser esencialmente autonómico e inmanente le permite decidir sobre cómo vivir su propia existencia. Sin embargo, esta visión liberal omite otras dimensiones del ser humano. Omite indicar que una persona tiene una fragilidad psicológica que requiere un medio moralmente propicio para alcanzar la transcendencia plena mediante su acción intencional mientras vive. Omite afirmar que la acción humana es esencialmente solidaria y cooperadora, buscando el bien común y la equidad. Omite señalar también que la acción centrípeta daña otras personas, como es el privilegiado e indiscriminado usufructo del derecho de propiedad privada.

Existe reciprocidad entre la persona y el todo social. Así, mientras la estructura social tiene existencia a causa de la acción intencional y libre de los individuos que la componen, la persona tiene existencia porque pertenece a una estructura social. Un ser humano es tanto providente, como también carente, de riquezas psicológicas, cognoscitivas, culturales y utilitarias, y necesita de la sociedad tanto para satisfacer sus necesidades de cooperación y solidaridad como para la provisión de sus carencias. La sociedad civil es el lugar donde las personas ejercen sus funciones intelectivas en los asuntos que se relacionan con el bien común. Supone el reconocimiento de la condición fundamental de igualdad jurídica que valida el poder individual en el ámbito colectivo y público. Esta idea es un claro rechazo al realpolitik, que es un sistema político basado en lo práctico y lo pragmático y no considera lo ético, lo moral ni lo ideológico, y a la ideología individualista y liberal que supone que la búsqueda de la felicidad es una empresa solitaria, privada y egoísta.

Los derechos surgen de las relaciones sociales en las que se reconoce al individuo como otro semejante. Los derechos humanos que las personas tienen son naturalmente, pero no temporalmente, anteriores a la estructura socio-política. Una persona es tanto sujeto como objeto de derechos humanos. Ella es sujeto porque la persona tiene una dignidad en función de su capacidad de autodeterminación, lo que implica reclamar con justicia por el reconocimiento de sus derechos por parte de la estructura socio-política. Ella es igualmente objeto porque, a diferencia de los derechos positivos que son ‘otorgados’ o ‘concedidos’ por la estructura socio-política, ésta tiene el deber de ‘reconocer’ y ‘defender’ sus derechos (humanos o naturales) para que aquella pueda ejercerlos en plenitud. Las personas son objetos de derechos y no les vale nada si como sujetos poseen derechos en una sociedad que no los reconoce. Si bien la persona posee finalidades que le son propias y que obedecen a su propia autodeterminación, requiriendo para ello de un ambiente propicio para desarrollar su vida con seguridad y ejercer libremente su accionar intencional, los derechos que hacen su vida transcurrir en libertad y seguridad deben ser primeramente reconocidos y luego respetados por la sociedad civil, de la que forma parte. La estructura socio-política debe estar en función del bien de las personas, y sería injusta si no tuviera esta finalidad.

Los derechos humanos son naturales porque pertenecen por esencia a las personas, siéndoles consustanciales. Estos se justifican, no por el fin transcendente que una persona pudiera tener, sino porque una persona es capaz de perseguir un fin de manera intencionada, como objeto volitivo que le presenta su razón. El hecho de que entre todas las relaciones causales del universo únicamente la acción netamente humana sea intencional constituye el principio distintivo que permite sostener que la dignidad de la persona se erige por sobre toda estructura socio-política. En otras palabras, la dignidad de la persona, por la que por fuerza se establece por sobre cualquier otra estructura del universo, no proviene del supuesto ingrediente espiritual que la pudiera componer, y que por dicho componente la haría, por así decir, superior al Estado, sino que dicha dignidad le proviene de su capacidad para auto-estructurarse, auto-determinarse, desarrollarse y crecer libre e intencionalmente según su propia razón. Toda vida animal es una auto-estructuración biológica. La vida humana es además una auto-estructuración psíquica.

Si la totalidad de los derechos de la persona los ordenáramos jerárquicamente según su importancia relativa respecto a la preservación de la vida, del ejercicio de la libertad y protegerse en seguridad, observaríamos también que existen algunos que son fundamentales, en el sentido que la sociedad organizada políticamente debe resguardar como su finalidad principal para satisfacer las necesidades más vitales de cada persona, que no se oponen a ni son limitados por los derechos similares de otras personas y que, además, no tienen obligaciones aparejadas, como los derechos positivos, sean éstos políticos o civiles. Diríamos entonces que en razón de la dignidad del ser humano tales derechos fundamentales son humanos. También podemos llamar estos derechos “naturales”, pues provienen de la naturaleza racional del ser humano. El grado de reconocimiento de derechos está en proporción directa al nivel de civilización de una sociedad determinada. Una sociedad puede en algún momento histórico admitir la esclavitud, a sabiendas que imposibilita al esclavo el ejercicio del derecho a la libertad; puede suspender el derecho a la libertad a los encarcelados por delitos cometidos; también puede suspender garantizar el derecho a la vida en caso de guerra y enviar a los soldados a una muerte segura.

Sólo tres derechos humanos y sus especificaciones pueden ser considerados derechos naturales: el derecho a la vida, el derecho a la libertad y el derecho a la seguridad. El primer derecho humano de toda persona es el derecho a la propia vida, pues ésta es el máximo bien ésta que puede tener. Además, en virtualmente todas las situaciones posibles este derecho no atenta contra un derecho similar de otra persona. Este derecho produce la igualdad fundamental entre todos los seres humanos, pues todos tenemos el mismo derecho a la vida, no existiendo nadie que pueda reclamar con justicia una precedencia o un mayor derecho a vivir. Tampoco nadie tiene el derecho para determinar que alguien no tiene derecho a la vida. El segundo derecho humano es a la libertad y es hacer efectivo su propio derecho a vivir para auto-estructurarse a través de la acción personal libre. La acción intencional efectuada para lograr el objetivo de vivir es materia de la libertad, ya que ella, que deriva de nuestra razón, es necesariamente libre. La libertad humana no trata precisamente de la capacidad para elegir, ésta puede ser efectuada también por un animal. La libertad humana debemos definirla como la capacidad de la conciencia para pensar y actuar de acuerdo a su propio arbitrio y trata de la capacidad que posee cada persona para auto-estructurar o auto-determinar su ser mediante su propia acción intencional según objetivos razonados. El tercer derecho que se reconoce con justicia es a la seguridad de la persona, ya que es en un ambiente propicio que ésta tenga capacidad para vivir y auto-determinarse, persiguiendo sus propios objetivos. En resumen se reconoce que los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y que tienen derecho a la libertad de expresión, a no ser esclavizados, a un juicio justo, a la igualdad ante la ley, a la libertad de circulación, a una nacionalidad, a contraer matrimonio y fundar una familia así como a un trabajo y a un salario igualitario.

Aunque muchos suponen que el derecho de propiedad privada es un derecho natural, por el solo hecho de que es excluyente de otras personas que también podrían alternativamente gozarlo resulta ser claramente un derecho positivo, posterior a la constitución de la sociedad. Otros derechos de la persona, aunque esenciales, son secundarios, pues se refieren a acceder a medios necesarios pero limitados para que la acción intencional pueda llevarse a cabo en forma efectiva. Entre estos medios se puede enumerar la información, la educación, el trabajo, la salud, etc. Por otra parte, estos medios dependen en principio de recursos escasos que deben ser utilizados según la equidad y la justicia. La igualdad efectiva, y no solo de oportunidades, se torna en un ideal que se debe buscar y materializar.

Para que los derechos humanos puedan ser respetados, supone la aceptación de deberes y obligaciones. La misma persona cuyos derechos son resguardados tiene recíprocamente deberes u obligaciones respecto a los derechos de las otras personas. El deber significa la aceptación y el respeto de un derecho de mayor jerarquía de otra persona que el derecho propio que uno podría tener al mismo bien. Así, según el deber se pueden también establecer jerarquías de derechos. El sistema de derechos y obligaciones surge de la doble valencia de los seres humanos como indigentes y como providentes.

Tanto la acción sometida a la pasión como el rehusar a la acción libre que asume un alcohólico o un drogadicto envilecen moralmente a esta persona. En un sentido similar, la acción libre, al derivar de la conciencia racional, impone un sentido moral a la intención, pues la razón no sigue ciegamente el dictamen de los apetitos, sino que pondera tanto lo que más le favorece a sí misma como lo que conviene o corresponde por derecho y justicia al prójimo.

La función u objetivo de la estructura socio-política es el bien común (la “voluntad general” de Rousseau). El bien común no es la suma de los bienes individuales, que son de la competencia de los propios individuos, sino que se caracteriza por perseguir el beneficio del todo social. No se relaciona únicamente con bienes y servicios de utilidad pública o de interés nacional. Se refiere principalmente a las condiciones sociales para que las personas puedan desarrollarse y desempeñar sus derechos naturales a vivir plenamente y ejercer su libertad y que la estructura socio-política debe asegurar. Entre estas condiciones pueden mencionarse las siguientes: paz y protección, seguridad y orden, justicia y estado de derecho, independencia y defensa nacional, educación y cultura, desarrollo y progreso, igualdad y equidad, trabajo y prosperidad, salud y bienestar, riqueza y modernidad, respeto y solidaridad, información y comunicación, participación y responsabilidad.

El bien común pasa a ser el requisito que posibilita a las personas perseguir sus objetivos propios. Estos objetivos no son individuales, como supondría un liberal, sino que son sociales, y siempre se están refiriendo de una u otra manera a los otros. A diferencia del resto de los seres, los seres humanos somos específicamente funcionales en cuanto actuamos intencionalmente. También toda acción humana tiene de alguna u otra manera efectos sociales, aunque dicha acción tenga por objeto una cosa bastante privada, como es la satisfacción de un apetito relacionado con la propia supervivencia. Con mayor intensidad la acción humana tiene efectos sociales cuando intenta justamente afectar a otros seres humanos. Recíprocamente, la acción del individuo está siempre condicionada por lo social, aunque aquella sea original y surja de su propia creatividad. Existen ciertas perspectivas socio-políticas particulares en relación a esta intencionalidad individual que siempre actúa en el ámbito social. Así, mientras el liberalismo acentúa la acción individual, el socialismo, sin contradecir necesariamente al primero, pone su atención en el condicionamiento social, cultural y económico de la acción individual, y el conservadurismo, opuesto a los dos anteriores, realza la autoridad externa, enmarcada en las normas y los valores tradicionales, para encauzar la acción de los individuos.

Siendo la individualidad el aspecto de la persona que está referida y que integra un todo como la sociedad, no puede haber otra instancia que medie entre aquélla y el todo. Es un error, que es propio del fascismo, suponer que la fuente del poder soberano originario es la comunidad de vecinos o el municipio, como si ésta hubiera sido el estado natural de la estructura socio-política, y creer además que, siendo esta comunidad la célula primaria del Estado, éste debiera relacionarse, no con individuos, sino que con una red civil de comunidades soberanas. Por el contrario, una estructura socio-política o nación se compone de dos unidades discretas: una estructura social, pueblo o comunidad y una estructura política o la organización política de la sociedad. A su vez, la sociedad se compone de individuos, no de comunidades. Si la soberanía reside en la sociedad, lo es porque el poder de los individuos está representado en la sociedad políticamente organizada. Las comunidades tienen existencia debido a la multifuncionalidad de los seres humanos, quienes también se asocian en gremios, asociaciones, corporaciones o colectividades, cada una de las cuales tiene objetivos propios. Sólo cuando el objetivo de la acción humana es la cosa pública y el bien común, aparece la estructura política.

La teoría republicana realizó una verdadera revolución en la práctica política al erigir a la persona individual y su acción libre como la razón de ser de la acción política. Anteriormente, la acción política del soberano se desenvolvía gravosa y autoritariamente en los amplios espacios que permitían los derechos de pueblos y estamentos particulares que reconocía. La relación autoridad - poder político depende del origen de la autoridad y la forma del ejercicio del poder. Así, si se concibiera que la autoridad proviene de Dios, se puede obtener al menos dos posturas: la teocracia es el poder político atribuido a Dios o por la legislación atribuida a Él; la realeza es el poder político ejercido en su representación. Si se concibiera que la autoridad provenga del mismo Estado, el poder político, ejercido por éste mismo, sería un totalitarismo. También se puede concebir que la autoridad debiera provenir de las personas de la sociedad civil, como en una dictadura, si se piensa que las personas delegan su autoridad al dictador; o en un fascismo, si la autoridad de las personas se delegara a cuerpos intermedios, los que la entregan al tirano. En cambio, en una democracia las personas, sin desprenderse de su autoridad, mandatan al mandatario para que ejerza el poder político según la voluntad de la mayoría.




29. EL SER HUMANO Y LA SOCIEDAD




Este artículo pretende señalar brevemente las ideas esenciales que buscan organizar el pensamiento político acorde las características antropológicas de los seres humanos y que se intenta llevar casi infructuosamente a la práctica a causa principalmente de la propiedad, no personal, sino privada.



La teoría socio-política suele estar lejos de corresponder a la práctica equivalente, e. d., el comportamiento real de dicho fenómeno  ̶ lo que aparece ̶  difiere de su actual comprensión. La razón es que el intelecto no sólo depende de la experiencia y análisis del fenómeno, sino que aporta consideraciones y valoraciones que no son aparentes directamente de la experiencia del fenómeno considerado, sino que son relaciones abstractas ontológicas que realiza, también a partir de la experiencia, de modo que la relación entre lo comprendido teóricamente, el noúmeno, y el fenómeno no es uno a uno, sino que la realidad de lo que aparece es mucho más compleja. Este es el caso de la teoría que se expondrá a continuación.

Un ser humano es naturalmente un ser social de una manera ambivalente. Por una parte, un ser humano es indigente y necesita vivir en una sociedad que le posibilite la satisfacción de sus instintos de sobrevivencia y reproducción. Por la otra, él es providente y actúa como un agente cooperador. Un individuo depende de la sociedad de la que forma parte, pues necesita de un medio material propicio y provisto para sobrevivir, desenvolverse y reproducirse, y la sociedad depende recíprocamente de la cooperación y participación de los individuos. La sociedad es más que la suma de los seres humanos de algún lugar. Éstos por sí mismos constituyen una multitud o una turba. La sociedad es una estructura orgánica que confiere una identidad, una finalidad y un sentido de pertenencia a los seres humanos, en virtud de lo cual se constituyen en individuos. Ella es un ámbito organizado de cooperación, paz, orden, seguridad, provisión, compañía, protección y defensa.

Los componentes de una sociedad son los individuos. Éstos son las partes o unidades discretas de este todo social. En la visión clásica liberal el individuo humano es un ente libre y su acción tiene por objetivo la satisfacción de sus propias necesidades. En este afán, resalta la acción centrípeta del individuo, entre éstas la codicia, y se destaca solo algunas dimensiones del ser humano, entre ellas que su ser esencialmente autonómico le permite decidir sobre cómo vivir su propia existencia. Sin embargo, la visión clásica omite otras dimensiones del ser humano. Omite indicar que un individuo tiene la fragilidad de todo organismo viviente, requiriendo de un medio propicio y provisto para ejercer su acción libre en su campo de acción mientras vive. Omite afirmar que la acción humana es esencialmente solidaria y cooperadora, buscando el bien común y la equidad. Omite señalar también que la acción centrípeta daña otras personas, como es el privilegiado e indiscriminado usufructo de la propiedad privada, la que, en tanto bien, tiene usos alternativos, pudiendo ser usufructuada potencialmente por otros.

Siendo la individualidad el aspecto de la persona que está referida y que integra un todo como la sociedad, no puede haber otra instancia que medie entre aquélla y el todo. Es un error, que es propio del fascismo, suponer que la fuente del poder soberano originario es la comunidad de vecinos o el municipio, como si ésta hubiera sido el estado natural de la estructura socio-política, y creer además que, siendo esta comunidad la célula primaria del Estado, éste debiera relacionarse, no con los individuos, sino que con una red civil de comunidades soberanas.

Según la ideología del individualismo el individuo existe para sí mismo, independientemente de la sociedad, y ésta ni el Estado no pueden interferir en su acción. El énfasis fue puesto en dos aspectos: 1º su propia finalidad que le es tan exclusiva que no necesita de otros seres, 2º el respeto y la no interferencia a la acción de los otros seres humanos en la suposición de que cada cual anda tras lo suyo. Sin embargo, la idea individualista de que el objetivo de la acción individual es su propio bienestar es contraria al hecho antropológico de la solidaridad y la cooperación ciudadana. 

Sin embargo, el ser humano es antes que nada una persona, siendo su individualidad el aspecto de su humanidad que es parte de la sociedad. En cambio la persona no es una parte, sino que es un todo en sí misma, pues posee finalidades propias que trascienden la sociedad. En la complejidad de la persona la individualidad se refiere sólo a lo que forma parte de un todo social. Además, si una parte es menor que el todo, un individuo es menor que la sociedad, y, por tanto, está en función de la sociedad. No obstante, a pesar de que los individuos son partes de la sociedad, los seres humanos son personas, y como tales, cada uno es un todo en sí mismo, con potencialidades que desarrollar, con necesidades que satisfacer y, principalmente, con finalidades propias que perseguir, acciones que trascienden la sociedad. Esta es la razón por la que la estructura socio-política debe estar en función de las personas, siendo éste su objetivo, y no como los regímenes totalitarios (comunismo, nazismo, fascismo) que se sirven de los individuos a los que consideran prescindibles y desprovistos de finalidades propias.

El ser humano es principalmente un ser que en el pensamiento abstracto y racional y la voluntad que lo caracterizan se proyecta hacia dimensiones que trascienden la realidad del todo social. La estructura socio-política no pueda abarcar la totalidad del ser humano, por lo que aquella debe reconocerle finalidades propias ajenas de su dominio. Cada ser humano es primeramente una persona, y una persona es un ser que, a diferencia del resto de los seres del universo, tiene la capacidad para ejercer acciones intencionales y, por tanto, libres. De todos los demás seres animados únicamente el ser humano es capaz de liberarse del condicionamiento natural, determinista, afectivo y hasta ritual cuando ejecuta una acción intencional. La acción humana es intencional porque la persona se sabe sujeto de una acción a la cual ha dado racionalmente un propósito que ha deliberado y que por su propia voluntad puede alcanzar. Lo que caracteriza a una persona es su unidad ontológica única e irrepetible, idéntica a sí misma, que actúa, no instintiva, sino racionalmente, deliberando, intencionando y siendo responsable.

Existe reciprocidad entre el individuo y la sociedad. Así, mientras ésta tiene existencia a causa de la acción intencional y libre de aquellos, aquél tiene existencia porque pertenece a ésta misma. Un ser humano es tanto providente, como también carente, de riquezas psicológicas, cognoscitivas, culturales y utilitarias, y necesita de la sociedad tanto para satisfacer sus necesidades de cooperación y solidaridad como para la satisfacción de sus insuficiencias.

La sociedad civil es el lugar donde los individuos ejercen sus funciones intelectivas en los asuntos que se relacionan con el bien común. Supone el reconocimiento de la condición fundamental de igualdad jurídica que valida el poder individual en el ámbito colectivo y público. Esta idea es un claro rechazo de la ideología individualista y liberal que supone que la búsqueda de la felicidad es el objetivo de la vida, siendo una empresa solitaria, privada y egoísta, donde la función del Estado se reduce a garantizar dicho derecho sin interferencias. En cambio, la real función u objetivo de la sociedad civil es el bien común. Éste no es la suma de los bienes individuales, que son de la competencia de los propios individuos, sino que se caracteriza por perseguir el beneficio del todo social. No se relaciona únicamente con bienes y servicios de utilidad pública o de interés nacional, sino principalmente con las condiciones sociales para que las personas puedan desarrollarse y desempeñar sus derechos naturales a vivir plenamente y ejercer su libertad y que la estructura socio-política debe asegurar. Entre estas condiciones pueden mencionarse las siguientes: paz y protección, seguridad y orden, justicia y estado de derecho, independencia y defensa nacional, educación y cultura, desarrollo y progreso, igualdad y equidad, trabajo y prosperidad, salud y bienestar, riqueza y modernidad, respeto y solidaridad, información y comunicación, participación y responsabilidad.

El bien común pasa a ser el requisito que posibilita a las personas perseguir sus objetivos propios. Estos objetivos no son individualistas, como supondría un liberal, sino que son sociales, y siempre se están refiriendo de una u otra manera a los otros. Toda acción intencional tiene de alguna u otra manera efectos sociales, aunque dicha acción tenga por objeto una cosa bastante privada, como es la satisfacción de un apetito relacionado con la propia supervivencia. Con mayor intensidad la acción humana tiene efectos sociales cuando intenta justamente afectar a otros seres humanos. Recíprocamente, la acción del individuo está siempre condicionada por lo social, aunque aquella sea original y surja de su propia creatividad.

Podemos entender por persona una estructura biológica y psicológica capaz de ejercer actual o potencialmente acciones intencionales. Estas acciones se caracterizan porque poseen finalidades que han sido razonadas previamente. Por dicha capacidad y cuando la persona está inmersa en el todo social, se constituye en sujeto y objeto de derechos y deberes. Si la totalidad de los derechos de la persona los ordenáramos jerárquicamente según su importancia relativa respecto a la preservación de la vida, el ejercicio de la libertad y  la protección y seguridad, observaríamos también que existen algunos que son fundamentales. Diríamos entonces que en razón de la dignidad del ser humano tales derechos fundamentales son humanos. También podemos llamar estos derechos naturales, pues provienen de la naturaleza racional del ser humano.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, de 1948, redactado como ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, compromete a los Estados a asegurar que todos los seres humanos, ricos y pobres, fuertes y débiles, hombres y mujeres, de todas las razas y religiones, sean tratados de manera igualitaria. En su artículo 3, expresa: “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”, especificando cuáles son los derechos humanos fundamentales. Establece también que los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y que tienen derecho a la libertad de expresión, a no ser esclavizados, a un juicio justo, a la igualdad ante la ley, a la libertad de circulación, a una nacionalidad, a contraer matrimonio y fundar una familia así como a un trabajo y a un salario igualitario.

El derecho a la propia vida es el máximo bien que el ser humano puede tener. Este derecho no atenta contra un derecho similar de otra persona y produce la igualdad fundamental entre todos los seres humanos, no existiendo nadie que pueda reclamar con justicia una precedencia o un mayor derecho a vivir. Tampoco nadie tiene el derecho para determinar que alguien no tiene derecho a la vida. El propio derecho a vivir se hace efectivo a través de la acción personal libre, de modo que el segundo derecho fundamental es a la libertad individual. Trata esencialmente de la capacidad que posee cada persona para auto-determinar su ser, su personalidad o su destino mediante su propia acción intencional según objetivos razonados. El derecho a la seguridad de la persona corresponde a garantizar un ambiente propicio para que ésta tenga capacidad para vivir y auto-determinarse, persiguiendo sus propios objetivos.

Los derechos surgen de las relaciones humanas en las que se reconoce al individuo como otro semejante. Una sociedad “reconoce” derechos al individuo por su capacidad de perseguir un objetivo gracias a su razonamiento y sus acciones intencionales. Por dicho reconocimiento las personas somos objetos de derechos y no nos vale nada si como sujetos poseemos derechos en una sociedad que no los reconoce.

El ser humano es un ser eminentemente moral, ya que en su condición de sapiens le permite proyectar intencionalmente su vida, más que a la pura satisfacción de sus necesidades inmediatas, hacia objetivos solidarios e incluso hacia lo transcendente. La acción libre, al derivar de la conciencia racional, impone un sentido moral a la intención, pues la razón no sigue ciegamente el dictamen de los apetitos, sino que pondera tanto lo que más le favorece a sí misma como lo que conviene o corresponde por derecho y justicia al otro. En parte esta disposición se explica porque él es una criatura que ha evolucionado genéticamente a lo largo de centenas de miles de años por el esfuerzo colectivo y comunitario, siendo su psicología social, no individualista, sino que principalmente cooperadora y solidaria. 

El deber, que es complementario al derecho, significa la aceptación y el respeto de un derecho de mayor jerarquía de otra persona que el derecho propio que uno podría tener al mismo bien. Una sociedad civil es el conjunto de individuos que ocupan un territorio determinado y que han construido un sistema de derechos y obligaciones tanto individual como colectiva que está orientada a algún propósito colectivo, como el bien común. El sistema de derechos y obligaciones surge de la doble valencia de los seres humanos como indigentes y como providentes.

La mencionada declaración de las Naciones Unidas, en su artículo 17, expone, por una parte, que “toda persona tiene derecho a la propiedad, individual y colectivamente”, y, por la otra, que “nadie será privado arbitrariamente de su propiedad”. El derecho de propiedad es un derecho humano, pero no es un derecho humano fundamental. La moderna discusión acerca del derecho natural de propiedad “privada” partió con John Locke (1632-1704), quien fue el primero en incluirlo junto al derecho a la vida y el derecho a la libertad. Él creía que la propiedad privada existe en el estado de naturaleza, siendo anterior a la sociedad civil. Por consiguiente, la propiedad sería un derecho natural y tan primitivo como el derecho a la vida y a la libertad. La propiedad confiere la felicidad, y la mayor felicidad coincide con el mayor poder.  Posteriormente, los hombres salen de la naturaleza y constituyen una sociedad civil y un sistema de gobierno cuyo propósito es la defensa de la propiedad. La salvaguarda de la propiedad es el propósito de un gobierno y la razón por la cual los hombres entran en sociedad. Con un cierto tono hobbsiano, afirmaba que el objeto supremo y principal que persiguen los hombres al unirse formando una comunidad y colocándose bajo un gobierno, es la preservación de sus propiedades.

En la historia humana el derecho de propiedad privada se ha dado en su plenitud y de forma indubitable en el capitalismo de libre mercado, que es al sistema económico donde la propiedad del capital, que es uno de los factores de la producción, es privada. El capital privado es la apropiación de la energía ahorrada y producida por el trabajo de muchos individuos y de la energía contenida en recursos naturales explotables, de la misma manera que en la esclavitud los amos se apropiaban de los individuos por el trabajo que podían realizar. El derecho de propiedad privada se refiere a la posesión como propiedad de riqueza en la forma de capital, tierra y otros recursos para obtener, poseer, usar, usufructuar, beneficiarse, controlar, emplear, disponer de y dejar en herencia. Una riqueza es un bien o recurso material escaso o no, que puede ser alternativamente usado, usufructuado y dispuesto por otros individuos.  Sin embargo, este derecho es un derecho positivo que la plutocracia lo ha transformado en el privilegio de los pocos ricos y representa la absoluta posesión de riqueza sin importar al bien común, la justicia social o la solidaridad. Por el contrario, la mayoría de la población, que son los trabajadores, son oprimidos y explotados, mientras se resalta el egoísmo, el lucro, el poder personal y la satisfacción de la codicia. Es la raíz de la inequidad y al que se puede trazar todos los males por los que el mundo atraviesa, desde las angustias personales hasta las guerras totales.

Los derechos humanos son naturales porque pertenecen por esencia a las personas, siéndoles consustanciales. Estos se justifican, no por el fin transcendente que una persona pudiera tener, sino porque una persona es capaz de perseguir un fin de manera intencionada, como objeto volitivo que le presenta su razón deliberante. El hecho de que entre todas las relaciones causales del universo únicamente la acción netamente humana sea intencional constituye el principio distintivo que permite sostener que la dignidad de la persona se erige por sobre toda estructura socio-política. En otras palabras, la dignidad de la persona, por la que por fuerza se establece por sobre cualquier otra estructura del universo, no proviene del supuesto ingrediente espiritual que la pudiera componer, y que por dicho componente la haría, por así decir, superior al Estado, sino que dicha dignidad le proviene de su capacidad para auto-estructurarse, auto-determinarse, desarrollarse y crecer libre e intencionalmente según su propia razón. Toda vida animal es una auto-estructuración biológica. La vida humana es además una auto-estructuración psíquica.

La teoría republicana realizó una verdadera revolución en la práctica política al erigir a la persona individual y su acción libre como la razón de ser de la acción política. Anteriormente, la acción política del soberano se desenvolvía gravosa y autoritariamente en los amplios espacios que permitían los derechos de pueblos y estamentos particulares.

A pesar de que el ser humano ha heredado el comportamiento agresivo biológico estereotípico, propio de los primates, que lo impulsa a establecer su individual posición jerárquica dentro de su grupo social y a ocupar su propio territorio, su inteligencia, que es su rasgo determinante en contraste con los restantes animales, encumbra aquel comportamiento más biológico cuyos orígenes se pierden en el tiempo. Su inteligencia le otorga enorme habilidad para interactuar con el medio de una manera colectiva y de organizar al grupo social y políticamente. Además de ser capaz de exigir el respeto a sus propios derechos, el ser humano tiene la disposición racional de respetar los derechos del otro.

Un ser humano respeta el derecho del otro no sólo motivado por el deseo de vivir en paz, en la suposición de que la convivencia es un bien de una escala mayor y más preciado que la injusticia que podría existir en un derecho; principalmente lo respeta a causa de la percepción de que la justicia, que es lo que pertenece a otro, es una actividad netamente racional y comienza a manifestarse intensamente desde la misma niñez. Las conclusiones lógicas tras la expresión de la justicia impulsan al ser humano a inventar sistemas políticos y jurídicos que posibilitan un mejor ejercicio de la justicia y la equidad, y crea las instituciones para defenderlos. Su misma inteligencia lo lleva a construir complejas empresas que posibilitan acciones conjuntas extraordinariamente eficientes y funcionales.

La sociedad humana es fundamentalmente una creación de los propios individuos inteligentes que la integran. Cada ser humano es un homo politicus, lo cual significa que, además de un requerimiento de su vida social, tiene la capacidad intelectual para evaluar situaciones de poder y fuerza política y para interactuar políticamente dentro de su entorno social.

Los mecanismos de convivencia son éticamente válidos para el interior de una soiedad y, naturalmente, un grupo competidor es considerado como un enemigo en potencia. Un ser humano, para sobrevivir, siempre está tras pertenecer y ser socialmente incluido. Perteneciendo a un grupo, logra asegurar y satisfacer sus necesidades y defenderse de la competencia ajena. La pertenencia produce un emotivo orgullo de identidad, como por ejemplo el orgullo nacional. Inclusive, un individuo busca forzosamente pertenecer para salir de su aislamiento y soledad natural, como cuando se torna en trabajador de una empresa, en hincha de un personaje público, deportivo o de la farándula, o en miembro de un club literario. Lo que caracteriza el comportamiento social de todo individuo es la aceptación y el hacer todo lo posible para evitar el rechazo que podría provocar si no actúa según lo dispone el grupo.

Pero al pertenecer a un grupo, cualquiera sea su dimensión y función, un individuo está necesariamente, aunque muchas veces sin intención, excluyendo a los individuos de otro grupo. Muchas veces se llega incluso a considerarlo como un competidor, adversario, como cuando se enfrentan las hinchadas en un campeonato de fútbol, moderna expresión de las ancestrales contiendas tribales, y hasta a calificarlo como un enemigo y enfrentarse con toda la hostilidad y violencia posible en el campo de batalla. Por razón de pertenencia su grupo le obliga a rechazar grupos competidores o rivales.

La pertenencia a un grupo social obliga a la solidaridad. Por el contrario, la exclusión pone al otro en competencia con uno. Una estructura política, como el Estado, busca incluir los distintos grupos en un todo de pertenencia y solidaridad. Existe un contradicción radical cuando una democracia permite un modelo económico neoliberal para definir las relaciones sociales. En una muestra extrema de humanismo el Evangelio cristiano enseña que es más digno y equitativo ser solidario con el competidor que con el cercano.

La existencia del mecanismo de estructuración social, por el cual un individuo adquiere permanencia dentro de un grupo, pero a costa de excluir a otros, ha sido tanto la fuente de las crónicas tragedias sociopolíticas que sufre la humanidad como la forma cómo se cohesiona y subsiste la estructura. Un sistema político es exitoso en la medida que logre incluir a los individuos de estructuras sociales diversas en estructuras sociopolíticas más amplias, pluralistas y, por tanto, de escala superior. Por el contrario, un sistema es inestable cuando sufre la desintegración de sus componentes o cuando algunos grupos, en vez de ser incluidos, son intolerantes y someten o son sometidos con violencia.

La historia humana de toda sociedad es un recuento de revoluciones, revueltas, reformas, rebeliones, guerras, conquistas, derrocamientos, abdicaciones, huelgas, complots, golpes, magnicidios. También se registran pactos, acuerdos, contratos y hasta elecciones libres, limpias e informadas. La estructuración social se ve en gran medida condicionada por la ambición de grupos por acceder al poder político para conseguir principalmente su propio beneficio, pues resulta demasiado evidente que quien está en posición de poder alcanza prebendas que serían imposibles por otros medios. Por el contrario, las minorías débiles llegan a grandes sufrimientos por carencia de suficiente poder que limite los abusos de los poderosos. Las ideologías políticas son mitos relacionados con la solución de los problemas sociales, económicos o políticos y destinados a movilizar la mayor cantidad de fuerza posible. Aprendemos que nunca ninguna fuerza ha sido tan eficaz como se ha estimado, ni ha servido adecuadamente para los propósitos pretendidos.

Las fuerzas centrípetas y centrífugas, egoístas y solidarias, de los individuos humanos, los cuales están genéticamente condicionadas, pero que también son manifestaciones racionales, y por tanto éticas y morales, determinan toda estructuración socio política. La función de cualquier sociedad es la supervivencia, la reproducción, la solidaridad, la cooperación y la auto-estructuración de los individuos. A través de asociaciones que implican el establecimiento de jerarquías, el mantenimiento de lealtades y el respeto de las normas acordadas garantizan estas funciones que son propias de cada individuo.

La política es la actividad colectiva y organizadora de la estructura social dentro un territorio dado a partir de la fuerza socializadora que ejerce cada ser humano en su propio esfuerzo de supervivencia y reproducción. En base a esta organización colectiva la política se constituye en el poder para dirigir, gobernar y administrar el desarrollo de la sociedad. La fuerza que se le concede o reconoce al poder político es la medida del ordenamiento de los individuos hacia un objetivo determinado, siendo una cuestión determinar quién decide el objetivo. En una república este poder encauza y orienta el caudal de fuerzas hacia objetivos consensuados y determinados por el pueblo y hacia bien común. 

Una estructura socio-política, llamada nación, se establece por la interacción de dos estructuras: la social y la política, siendo ambas sus unidades discretas. La primera, denominada comúnmente sociedad civil o pueblo es precisamente el fundamento de la segunda, que es su cabeza y que, desde Maquiavelo (1469-1527) se llama Estado. Cuando el mundo estaba dividido en reinos y se aceptaba unánimemente que la autoridad de los reyes es de derecho divino, este filósofo político vio que lo que hay detrás de la autoridad para gobernar es únicamente poder, independientemente de su connotación ética, pues lo que vale es su mantención y acrecentamiento.

En la actualidad se concibe que el Estado tenga por su finalidad principal garantizar y asegurar los derechos humanos que han sido reconocidos por la sociedad. De este modo, el Estado debe estar en función de las personas, siendo éste su finalidad. O viceversa, para que estos derechos humanos puedan ser respetados, se requiere que sean asegurados por el Estado. Esto supone la imposición de deberes y obligaciones. Los derechos humanos son anteriores a los derechos del Estado, puesto que pertenecen a las condiciones fundamentales que permiten a los seres humanos sobrevivir y realizarse como personas. El poder político que no respetare y protegiere los derechos humanos es ilegítimo. Lo anterior significa que el Estado debe controlar la anarquía, el bandolerismo y la delincuencia, y debe velar por el bien común y la justicia social

Los derechos humanos se distinguen de los derechos positivos en que los primeros son caracteres esenciales de la persona que la sociedad debe reconocer y respetar, mientras que los segundos son prerrogativas que son otorgados o concedidos a los individuos o grupos y en que siempre van acompañadas de deberes y obligaciones. En consecuencia, la misma persona cuyos derechos son resguardados tiene recíprocamente obligaciones respecto a los derechos de las otras personas. El derecho de un individuo termina donde comienza el derecho de otro. Una persona no es sujeto de derechos positivos sino que es objeto de éstos. Pero al ser objeto de derechos positivos también se torna recíprocamente en sujeto de obligaciones.

En una república el poder del Estado reside en la totalidad de la sociedad civil y el gobierno se realiza en función del bien común. El objetivo del Estado no es el poder, sino el bien común de la nación, siendo el poder un medio para alcanzarlo. Menos Estado, estos es, menos poder, que es lo que persiguen los liberales, significa corrientemente mayores privilegios para los poderosos. Para cumplir con la función primaria de actuar en función del bien común, perseguir la paz y el orden internos y la defensa externa, defender los derechos fundamentales de la persona y establecer un ordenamiento jurídico, el Estado administra la sociedad civil, gobierna a los individuos que la componen, define los derechos y los deberes e imparte justicia.

Una estructura socio-política ocupa territorio y hace uso de las riquezas que contiene. En este sentido, ella se denomina nación. Una nación comprende a todos los habitantes de un territorio dado, sin importar que sus miembros sean de la misma raza y tengan la misma religión, cultura y origen, siempre que los derechos de las minorías sean respetados de manera similar que los derechos de las mayorías. En nuestra presente división geográfica en naciones-Estados el territorio es toda aquella superficie geográfica que puede ser ocupada por dicha población estructurada cívicamente y que puede ser defendida exitosamente por el Estado contra otras naciones-Estados, siendo la función del Estado la imposición, incluso por la fuerza, del estado de derecho y la legalidad sobre el territorio que ocupa. La paz y el orden se obtienen principalmente a través de impartir justicia para dirimir con equidad los conflictos entre la estructura política y los individuos y entre los mismos individuos, siendo este servicio público la función primaria del Estado y de toda estructura política.

Tanto el individuo humano como el Estado son estructuras que tienen finalidades propias, exclusivas e irreductibles. Cada ser humano constituye la máxima estructuración que ha alcanzado la materia en el universo y posee finalidades singulares que pueden incluso transcender el universo, y que se expresan en los derechos fundamentales. Por su parte, el Estado, como hemos visto, tiene por función natural preservar la paz y mantener el orden, condiciones que expresan el bien común y que posibilitan a los individuos alcanzar sus objetivos propios. Y en su acción, el Estado debe respetar, promover y hacer valer los derechos humanos fundamentales.

La mayoría de los autores de ideología liberal anglosajona  concuerdan en señalar que el origen natural de el Estado debe buscarse en la necesidad de seguridad y protección de los individuos que componen la sociedad. Para evitar el desorden, que es propio de un estado de anarquía, y fortalecerse ante una amenaza externa, éstos ceden poder al Estado y se someten a la ley que éste establece. Thomas Hobbes (1588-1674) partió de la base que el poder del Estado que se establecía de esta manera era tan colosal que la designó con el nombre Leviatán, por el legendario monstruo marino, influyendo en la práctica política anglosajona. Sin embargo, la clave de un ordenamiento socio-político que persiga el interés general, que es lo que comprendemos como el bien común, la dio el francés Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) al entender que la autoridad o soberanía tras el poder no es cedida al mandatario por los mandantes, que son el mismo pueblo, sino que se mantiene en ellos. Los mandantes, a su vez, manteniéndose participativos, se obligan asimismo a someterse al poder político. De este modo, si el mandatario desobedece a los mandantes, éstos pueden llegar a revocarle la autoridad otorgada.

Las relaciones humanas no se establecen necesariamente en función de la equidad y la bondad. Frecuentemente se realizan en la del poder y el dominio. Sin embargo, la subsistencia del Estado, que es contrario a la anarquía y al arbitrio del poder real, es un objetivo que se alcanza por un ordenamiento de la acción humana. Una mayor estructuración socio-política tiende a introducir mayor orden en las relaciones humanas y a establecer límites a los privilegios y el poder de los individuos más fuertes. La base del funcionamiento de la estructura socio-política que persigue la paz y el orden es la convivencia dentro de un estado de derecho. La ley civil sirve para normar las relaciones entre los individuos y entre éstos y el Estado. Su función última es el establecimiento de un orden jurídico a través del reconocimiento de derechos y deberes civiles y la limitación de privilegios, pues la base que legitima toda ley son los derechos fundamentales de las personas.

Una de las funciones más importantes de la estructura socio-política es traducir los derechos y obligaciones en leyes, lo que significa legislar, aplicar la ley y juzgar y sancionar a los transgresores de la ley. Si todo lo que no se prohíbe está permitido, la ley es una restricción al derecho e impone además una obligación. La ley se ocupa de la regulación de la conducta social de los individuos y del ámbito de autoridad del Estado. La ley se refiere a la definición de delitos y sanciones. Así, quien define tiene un gran poder, y muchas veces el poder no reside en el pueblo o sus representantes, sino que en oligarquías y privilegiados que, al definir, buscan promover ilegítimamente sus propios intereses. Por su naturaleza, la democracia tiende a definir las materias legales según los derechos humanos y en función del bien común. Por lo tanto, las leyes que emanan de sus instituciones tienden usualmente a la justicia y la equidad.

Cuando una estructura política no reconoce derechos de las personas, en aquello que no reconoce la legislación es sobre obligaciones de individuos hacia castas privilegiadas y oligarquías, siendo el privilegio el derecho de estas minorías. Por ello, una estructura socio-política basada en el derecho de las personas reconoce, como punto de partida, la igualdad de las personas ante la ley. Considerando que la aplicación de justicia es una función de la estructura política para dirimir derechos y deberes tanto de los individuos como propios, su objetivo no es tanto la equidad como la aplicación de la ley; la equidad no es un problema de la aplicación de la ley, como sí lo es de la justicia que contiene la ley. Por otra parte, constituye un verdadero abuso de poder del legislador cuando legisla sobre materias de moral y ética, pues la ley debe normar únicamente acciones que afecten la estructura socio-política y sus unidades con relación a derechos y deberes. Ella debe respetar la libertad personal en su fuero privado cuando la misma no afecte a otras personas, ya que si bien la moral y la ética pertenecen a la deliberación y al efecto del acto respectivamente, la ley se ocupa del acto intencional.

Se puede expresar una cierta analogía entre persona y sociedad. Si la libertad es tanto una cualidad como una finalidad de la persona, la independencia lo es de la sociedad. Si una persona tiene el legítimo derecho de ejercer su libertad, una sociedad lo tiene para auto-determinarse e independizarse de estructuras políticas opresoras, sean internas o extranjeras. Y en el plano económico, si al buscar su sustento en la naturaleza una persona invierte en ella, al buscar su subsistencia en el medio ambiente una sociedad debe respetar su sustentabilidad. No obstante, tal como una persona no es una isla en un archipiélago, una nación no está relacionada con otras solo según las categorías de defensa y exacción.

El concepto pueblo denota un conjunto social cuyas partes son individuos, que son a su vez personas. La razón es que los componentes de un pueblo son los que están sujetos a derechos y deberes, y son además los llamados a gobernar. Adicionalmente, el tejido social de un pueblo, más que fríos e impersonales individuos, lo conforman personas que se relacionan entre sí en las más diversas escalas de la funcionalidad humana.

Posiblemente en la próxima era, cuando desaparezca el capitalismo, las personas encontrarán el verdadero sentido de la vida, que es la trascendencia. Entonces, por una parte, se reprimirán las fuerzas centrípetas del egoísmo, la codicia, el afán de poder y riquezas y, por la otra, se realzará las fuerzas centrífugas de los valores sociales, la solidaridad, la cooperación. Entonces se encarnará en la sociedad la justicia, la paz, la concordia. Entonces la comunidad se materializará plenamente y el Estado sufrirá una profunda transformación.




30. FUNDAMENTOS ANTROPOLÓGICOS DE LA POLÍTICA



El homo socialis



La noción de homo politicus tiene como antecedente la idea de que el ser humano es primeramente un homo socialis. Un ser humano es naturalmente un ser social, ya que su actividad política supone que existe una sociedad constituida y él no se entiende sin la pertenecía al medio social. Los componentes de una estructura social son los individuos, que son las unidades discretas de este todo social. Un individuo depende de la sociedad de la que forma parte, pues necesita de un medio material propicio y provisto para sobrevivir, desenvolverse y reproducirse, y la sociedad depende recíprocamente de la cooperación de los individuos. La sociedad es más que la suma de los individuos. Los individuos por sí mismos constituyen una multitud o una turba. La sociedad es una estructura orgánica que confiere una identidad, una finalidad y un sentido de pertenencia a los individuos. Es un ámbito de cooperación, paz, orden, seguridad, provisión, compañía.

Su sociabilidad se apoya en un triple cimiento:
1º Biológicamente, en el ser humano, como en los animales en general, los instintos de supervivencia y reproducción, que surgieron como ventajas evolutivas para la prolongación de la especies, comandan sus acciones que están dirigidas a otros, en especial a los otros de su misma especie; adicionalmente, el ser humano pertenece a la familia de los primates, que son animales sociales. La supervivencia es un estado tensional entre la vida y la muerte, entre el desarrollo y la decadencia de un organismo en un medio ecológico determinado o ecosistema. En términos existencialistas, es la lucha por la existencia que exige un esfuerzo por ser y un rechazo a la nada. La reproducción es el mecanismo que la evolución biológica ha diseñado para que las especies puedan prolongarse en el tiempo y propagarse por la biósfera sobre la base de la satisfacción sexual de los individuos bisexuados que la componen. Así, mientras la satisfacción de los apetitos es funcional a la supervivencia, la satisfacción de los instintos sexuales y también maternales es funcional a la prolongación y propagación de la especie.
2º Antropológicamente, el ser humano es tanto providente como indigente, necesitando de los otros seres humanos para colmar estas dos características, pues, por una parte, él tiene posee abundancia de riquezas personales para satisfacer las necesidades de otros, como disposición, virtudes, personalidad, habilidades, conocimientos, experiencias y hasta bienes físicos y, por la otra, él es un ser carente y necesitado, puesto que nace desvalido, perteneciendo a la única especie animal que requiere un largo periodo de crianza y educación en sus primeros años; posteriormente, como individuo, le resulta muy difícil llevar una existencia aislada; sin embargo, algunos no son providentes pero se complacen en dañar a los otros mintiendo, robando, asesinando, destruyendo, siendo insociables.
3º Psicológicamente, el ser humano persigue tanto su propia identidad y libertad como la pertenencia a una sociedad.


La tribu


Además del condicionamiento biológico fundamental de los instintos de supervivencia y reproducción, los seres humanos estamos condicionados antropológicamente para desarrollar nuestras existencias en un ambiente social y colectivo. A consecuencia de millones de años de evolución y la adquisición cualitativa de una mayor inteligencia, nuestro comportamiento no resulta ser ni solitario ni de manada, sino que social. El ser humano es un ser eminentemente social. La estructura social fundamental es la tribu, y sus unidades discretas son los seres humanos individuales. En la primitiva tribu la acción del individuo es solidaria y cooperadora. Cada cual es atendido por los otros según sus necesidades y cada cual entrega sus esfuerzos a los otros según sus capacidades. Por una parte, la tribu es el antecedente de toda estructuración sociopolítica ulterior. Por la otra, la estructura social, de la cual el individuo es una parte, no es posterior al todo que es una persona, siendo ambas estructuras igualmente contemporáneas. En la perspectiva antropológica la comunidad humana más básica de todas no es la familia, sino la tribu. Ésta proviene de la tropa, que es la organización social de los primates contemporáneos más emparentados con el género homo, que son los chimpancés y los gorilas. Una tropa cuyos miembros son seres con inteligencia humana es una tribu. No se sabe cuando se originó la tropa, pero fue durante un tiempo suficiente para que el comportamiento social de tropa lo llevemos marcadamente en nuestro genoma. Sin diferenciarse sustancialmente de la tropa la tribu surgió como una eficiente organización político-social para procurarse el sustento a través de la caza y la recolección y para mejorar la defensa colectiva contra depredadores y enemigos. La tribu es la organización socio-política que fue fruto del advenimiento de una especie cuyos individuos llegaron a poseer pensamiento racional y abstracto. La tribu tiene la edad de nuestra aparición como homo sapiens, hace tal vez unos 100 mil a 200 mil años atrás. Nuestro actual comportamiento psicológico y social instintivo tiene el añadido tribal. Nuestra existencia exclusivamente tribal duró hasta hace unos diez mil años, en ciertas partes del mundo, cuando advino la comunidad agrícola y pastoril, y constituyó un tiempo insuficiente para alterar nuestro código genético con comportamientos sociales diferentes, más civilizados por así decir. La antigua polis o la moderna nación-Estado no son federaciones de tribus, sino que superpobladas tribus que buscan generar estructuras socio-políticas que engloben a sus componentes según sus propias características antropológicas y humanas y las múltiples nuevas funciones que aquellas generan.

Dos órdenes de fenómenos resultan relevantes en la historia de la estructuración social. Uno de ellos es el esfuerzo de los individuos por diferenciarse del grupo y adquirir identidad propia, que es reafirmada al entender que la acción intencional y libre es naturalmente anterior al orden social. El otro es la búsqueda de pertenencia en estructuras sociales cada vez más complejas, pero con la misma función primigenia fundamental, que es la cooperación solidaria. Actuamos a través de la acción solidaria y de cooperación cuando reconocemos que el otro pertenece de alguna u otra manera a mi grupo; también nuestra relativa debilidad física nos obligó a ser solidarios. Ambos tipos de acciones sociales fueron sin duda ventajas adaptativas en la larga evolución hasta fructificar en la especie homo sapiens.


Pertenencia y exclusión


Los mecanismos de convivencia son éticamente válidos para el interior de una estructura social y, naturalmente, un grupo competidor es considerado como un enemigo en potencia. Un ser humano, para sobrevivir, siempre está tras pertenecer y ser socialmente incluido. Perteneciendo a un grupo, logra asegurar y satisfacer sus necesidades y defenderse de la competencia ajena. La pertenencia produce un emotivo orgullo de identidad, como por ejemplo el orgullo nacional. Inclusive, un individuo busca forzosamente pertenecer para salir de su aislamiento y soledad natural, como cuando se torna en trabajador de una empresa, en hincha de un personaje público, deportivo o de la farándula, o en miembro de un club literario. Lo que caracteriza el comportamiento social de todo individuo es la aceptación y el hacer todo lo posible para evitar el rechazo que podría provocar si no actúa según lo dispone el grupo.

Pero al pertenecer a un grupo, cualquiera sea su dimensión y función, un individuo está necesariamente, aunque muchas veces sin intención, excluyendo a los individuos de otro grupo. Muchas veces se llega incluso a considerarlo como un competidor, adversario, como cuando se enfrentan las hinchadas en un campeonato de fútbol, moderna expresión de las ancestrales contiendas tribales, y hasta a calificarlo como un enemigo y enfrentarse con toda la hostilidad y violencia posible en el campo de batalla. Por razón de pertenencia su grupo le obliga a rechazar grupos competidores o rivales. Las tendencias hacia ser parte y hacia la exclusión provienen de las conductas básicas de los animales relativas a la sumisión y la agresividad y de la mecánica de interacción entre grupos distintos. Herbert Spencer (1820-1903), en Los principios de la ética, 1893, quiso explicar esta ambivalencia del comportamiento humano. El comportamiento que exige tanto la “cooperación interior” como la "defensa exterior” obedecería a dos códigos opuestos: el “código de la amistad” y el “código de la enemistad”, es decir, a una “amistad interna” y a un “antagonismo externo”. De este modo, estas dos éticas contrapuestas, donde las virtudes y las obligaciones son igualmente aprobadas y condenadas según el tipo de código, deben ser asumidas por los individuos al vivir en sociedad.

El mecanismo social de pertenencia y exclusión tiene su expresión cultural en lo que se entiende como el “ethos cultural”. La ética resume como normas las conductas que posibilitan a un individuo humano sobrevivir y a la estructura social subsistir. El ethos cultural es el conjunto de normas éticas que guían a un grupo social determinado. Estas son tan sutiles como envolventes; tan propias de un grupo como incomunicables a otros grupos; tan concretas como difíciles de definir. El individuo queda empapado de ellas desde su infancia y en especial en su adolescencia, cuando se encuentra en la edad para recibir una decisiva impronta cultural de valores más abstractos; y cuando es adulto, la transmite a los menores de su grupo. Aunque para ser justos con los niños, los juegos infantiles, que son activas acciones comunitarias complejamente normadas, se transmiten exclusivamente entre los mismos niños. En algunos casos muchos de estos juegos han tenido una duración de siglos y hasta milenios sin mayores modificaciones. Lamentablemente, el advenimiento de la televisión y las consolas de juegos han conseguido destruir la longeva línea de transmisión de muchos juegos. Pensemos, por ejemplo, en el trompo o en las bolitas.

La pertenencia a un grupo social obliga a la solidaridad. Por el contrario, la exclusión pone al otro en competencia con uno. Cuando se produce la pertenencia, surge la solidaridad. Cuando aparece la exclusión, nace la competencia. La existencia del mecanismo de estructuración social, por el cual un individuo adquiere permanencia dentro de un grupo, pero a costa de excluir a otros, ha sido tanto la fuente de las crónicas tragedias sociopolíticas que sufre la humanidad como la forma cómo se cohesiona y subsiste la estructura. No obstante dicha contradicción no tiene un grado de necesidad absoluta y puede ser superado con inclusión y tolerancia. Un sistema político es exitoso en la medida que logre incluir a los individuos de estructuras sociales diversas en estructuras sociopolíticas más amplias, pluralistas y, por tanto, de escala mayor. Por el contrario, un sistema falla cuando sufre la desintegración de sus componentes o cuando algunos grupos, en vez de ser incluidos, son intolerantes y someten o son sometidos con violencia. Esta situación es foco de conflicto e inestabilidad social. Lo que garantiza la paz interna y la estabilidad social es el reconocimiento por parte de los individuos de los derechos de cada cual en cuanto individuo con los mismos derechos que uno mismo, y no precisamente el reconocimiento de grupos privilegiados. Esta condición demanda tolerancia hacia grupos rivales y pluralismo para aceptar a sus miembros con igualdad de derechos civiles.


Fuerza centrípeta y fuerza centrífuga


Como fuerza centrípeta, el egoísmo tras la necesidad de la supervivencia individual es una fuerza poderosa que emplea el ser humano para su propia preservación. Si el individuo no actúa para sobrevivir, el grupo social no puede subsistir. Los individuos que componen un grupo morirían prematuramente, no tardando el mismo grupo en consumirse y la especie en desaparecer. Si esta fuerza está siempre presente en cada individuo, lo es porque la perpetuación de la especie así lo exige. La supervivencia de los individuos asegura la prolongación de la especie. El egoísmo se manifiesta como agresividad frente a los miembros desafiantes de la misma especie. La agresividad se emplea fundamentalmente en dos tipos de situaciones: en la defensa territorial o patrimonial y en el esfuerzo por obtener una ubicación mejor y más estable dentro de la jerarquía social. Una vez satisfecha la necesidad por una base material propia que permita la supervivencia y por un lugar respetable en la jerarquía social, la actitud agresiva disminuye. Una intensa fuerza individual relacionada con su propia supervivencia y que tiene por finalidad su propia inserción dentro del grupo es la necesidad de ser aceptado y reconocido por sus miembros. Del mismo modo como la agresividad se expresa en gestos de amenaza, la necesidad de inserción en el grupo se manifiesta en gestos de apaciguamiento. Además el mismo egoísmo existente tras la aceptación y reconocimiento del otro está requiriendo justamente al otro. Tal como la supervivencia del individuo es necesaria para la subsistencia de su grupo social, la subsistencia del segundo es determinante para la supervivencia del primero.

Por otra parte, el individuo posee fuerzas centrífugas, generosas y dirigidas a la preservación de su grupo social y a su propia integración en éste. Los individuos de la especie humana, como aquéllos de otras muchas especies sociales, tienen una capacidad innata e instintiva para la protección de los débiles y la crianza de los menores. También en el curso de millones de años de evolución como cazadores y recolectores que llevaban una existencia tribal, se incorporaron otras características centrífugas, como la colaboración, la cooperación y la acción solidaria.

La fuerte tradición platónica y medieval aún centra la atención crítica de los teóricos políticos en los asuntos éticos y, parcialmente, en el poder de las fuerzas centrípetas de la naturaleza humana, aquéllas que cada individuo desarrolla para sobrevivir, obteniendo los recursos que necesita de su medio ambiente en forma más o menos egoísta y a menudo agresiva. Ante el hecho de que cada cual emplea la fuerza para obtener lo necesario para sí mismo, Thomas Hobbes (1588-1679), por ejemplo, sostenía la necesidad de un Estado fuerte para proteger a los individuos de sus egoístas y codiciosos semejantes, mientras John Locke (1632-1704) suponía que bastaba la ley para circunscribir los derechos y obligaciones de cada cual. Por el contrario, Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) suponía que era precisamente el Estado y sus instituciones los que promovían el egoísmo en los seres humanos, natural y originariamente generosos. Adam Smith (1723-1790), tan ilustrado como pragmático, veía la solución de los problemas humanos en la completa liberación del egoísmo individual, con tal que también se liberaran las leyes del mercado.


Multitribalidad 


A medida que aumentaba la población y los modos de producción se hacían más diversos después de la revolución agrícola-pastril, la organización tribal fue siendo superada por la aparición de estructuras sociales más complejas y heterogéneas. La tribu, pero no la mentalidad tribal, terminó en dicha revolución. Los imperios, las guerras, las religiones, la división del trabajo, la esclavitud, la tecnología, el comercio son instituciones surgidas gracias al cultivo de la tierra y la domesticación de animales. Ciertas culturas agrarias, como los pueblos andinos, no formaron imperios, sino que adaptaron el modo de vivir tribal a la comunidad campesina.

Las civilizaciones surgidas a partir primero de la revolución agrícola-pastoril y después de la revolución industrial-tecnológica han estado en una permanente búsqueda de la vida tribal perdida irremediablemente. La historia de la humanidad no es otra cosa que el recuento de los esfuerzos por recuperar la emotiva existencia tribal en medio de revoluciones tecnológicas cada vez más intensas y rápidas, las que nos alejan aún más de esa vida comunitaria de acogida, protección mutua, identidad, solidaridad, compartir existencia, compañía, y que por los poros del genoma tanto añoramos, pero que, por otra parte, estaba saturada de ignorancia, miedo y violencia. Todos los ansiosos intentos para institucionalizar la sociedad no ha sido otra cosa que recuperar el Paraíso perdido de la tribu, idealizado por Rousseau en el primitivo hombre bueno por naturaleza. La tragedia humana es que cada nueva invención nos aleja más de estos anhelos por los privilegios que otorga a los más poderosos.

Las sociedades modernas se parecen más a un conglomerado de tribus en permanente conflicto que a una gran tribu. Los diversos grupos que se distinguen en una sociedad se comportan como tribus, con sus propios códigos, ritos y lenguajes. Desde clases sociales hasta compañías comerciales, pasando por policías, burgueses, clubes diversos, boy-scouts, asalariados, escuelas, militares, terratenientes, partidos políticos, etc. se organizan como tribus. Además, los individuos pertenecen a muchas tribus a la vez. Existe un humano anhelo de integrar la diversidad tribal en una sola tribu; la sociedad civil surge para satisfacer este anhelo, y la democracia aparece como la forma de gobierno que encarna mejor este anhelo. Sin embargo, los conflictos dentro de la sociedad no llegan a terminar. El más importante problema social surge del excesivo poder político que trae aparejada la riqueza de un grupo (o debemos decir: tribu) de la sociedad y que se ejerce para acrecentar aún más su riqueza y el poder aparejado mientras se somete y explota aún más al resto.


División social


Al pertenecer a un grupo social determinado un individuo es virtualmente excluido de otros, tanto como su grupo tiende a excluir a los individuos de otros grupos. Al existir grupos, las relaciones humanas se establecen tanto en función de la bondad y la equidad dentro de un grupo como en función del dominio y el sometimiento de un grupo sobre otro. Mientras dentro de una misma tribu, cada individuo es sujeto de cariño y respeto, entre tribus distintas existe antagonismo y rivalidad. Cuando el mundo político evoluciona a sociedades más complejas, la mentalidad ancestral sigue gravitando, quedando siempre pendiente en estas nuevas estructuraciones sociales la cuestión de la real extensión de la tribu y de cuáles grupos sociales son rivales y antagónicos. En nuestro mundo contemporáneo de grandes masas poblacionales y de múltiples y diversas funciones la idea de nación encarna el deseo de identificación tribal. Para que esta gran unidad social llegue a funcionar, las diferencias y particularidades grupales y tribales deben ser opacadas por una poderosa identidad nacional. En una escala superior a la nación, es posible que algún día llegue cuando las diferencias y las rivalidades nacionales, que motivan tantos conflictos, algunos hasta catastróficos, puedan ser superadas en una identidad global que respete las diferencias y las particularidades locales.

Un ser humano sobrevive y se reproduce junto con otros seres humanos tanto en una comunidad de intereses como en un medio de recursos escasos. Por otra parte, un ser humano se asocia naturalmente con otros para compartir, y se disocia naturalmente para competir. Por la primera tendencia se identifica con un grupo. Por la segunda, se distingue de otros grupos. A algún igualitario muy bien intencionado le gustaría imaginar el tejido social de todos los seres humanos como un continuo homogéneo de individuos, todos iguales, en una amplia y natural fraternidad, habitando libremente la superficie de la Tierra, cada uno dando según sus posibilidades y recibiendo según sus necesidades. Por su parte, otro, sin duda mucho menos ingenuo, no podría imaginar continuidad alguna, sino que vería hondas separaciones longitudinales y transversales que dejan espacios dentro de los cuales los individuos se agrupan tanto que generan espacios que los segregan de otras agrupaciones. En esta imaginería podríamos suponer que las separaciones longitudinales son divisiones geográficas naturales y dividen al gran conjunto de los individuos en naciones que ocupan territorios definidos, compartiendo etnia, religión y cultura, en tanto que las transversales son divisiones principalmente económicas, y disocian al gran conjunto de individuos en clases sociales. Tras estas divisiones se oculta tras una articulada estructura ideológica. Una ideología no es más que el disfraz mental de la codicia de una particular nación-clase social que persigue modificar ya sea el equilibrio de poder internacional o el medio social nacional para que se adecue mejor a los propios intereses del grupo social en cuestión.

Los individuos se identifican con naciones cuando ocupan un mismo territorio, y con clases sociales cuando son propietarios o trabajadores. Es explicable que los seres humanos se dividan en naciones. El compartir un territorio común significa probablemente compartir también un mismo origen, una misma cultura y una misma etnia, fenómeno que los nacionalismos han puesto como el punto de partida de sus fóbicas ideologías. Todas estas características posibilitan la comunicación y principalmente la adquisición de una sólida identidad nacional. Lo que cuesta más entender es por qué los individuos de una misma nación están segregados por cuestiones sociales, cuando la proximidad natural junto con las permanentes oportunidades para dialogar, afines a la cooperación, debieran producir una intensa asociación entre iguales. Las causas para tanto nuestras actitudes de solidaridad y cooperación como de rivalidad y antagonismo se encuentran en nuestro genoma. Por una parte, la evolución biológica nos condicionó para luchar con el objeto de sobrevivir y reproducirnos. Por la otra, nuestra especie fue moldeada por millones de años de vida en manada, en tropa y posteriormente en tribus que imprimieron a fuego esta impronta en el genoma humano.

Nuestra psicología social debe mucho a nuestro pasado tribal. En primer lugar, en los tiempos prehistóricos un individuo no sólo se identificaba con su tribu, sino que tenía conocimiento personal de todos sus miembros, normalmente de treinta a sesenta individuos. Recíprocamente, él era también aceptado y tratado personalmente, querido y respetado. Tribus vecinas, merodeadoras en los mismos territorios, eran consideradas como una amenaza y, por tanto, como enemigas potenciales, máxime si pertenecían a otras etnias y culturas y si no tenían vínculos de sangre. En segundo término, en su calidad de organismo biológico un ser humano persigue fundamentalmente sobrevivir y reproducirse, y experimenta que su ámbito social le resulta funcional para sus aspiraciones vitales. Tercero, el peligro sanitario de la endogamia, el comercio y la natural sociabilidad humana propulsaban el acercamiento entre tribus. Probablemente, una tribu tenía una mayor identificación con la ocupación de un territorio particular que con la explotación de recursos.



El homo politicus



La sociedad humana no es un conglomerado de individuos, como podría serlo una colonia de líquenes, ni siquiera una organización estructural integrada por individuos tan unifuncionales como las abejas de una colmena. Es cualitativamente más que una banda de primates estructurada para cumplir sus numerosas funciones y la de los individuos que la componen. La sociedad humana es fundamentalmente una creación de los propios individuos inteligentes que la integran. Se diferencia de todas las demás estructuras y organismos en cuanto sus unidades discretas se asocian intencional y creativamente para crear estructuras tan complejas como las necesidades que satisfacen. Cada ser humano es un homo politicus, lo cual significa que, además de un requerimiento de su vida social, tiene la capacidad intelectual para evaluar situaciones de poder y fuerza política y para interactuar políticamente dentro de su entorno social.

Lo que fundamenta la estructuración política son nuestras tendencias centrífugas y de apertura que se asentaron genética­mente en el largo curso de la vida tribal de nuestros antepasados. En cambio, la estructuración económica de propiedad privada surge de nuestras tendencias centrípetas que son propias del individuo en su lucha por la existencia. La estructuración socio-política-económica es fruto de nuestra inteligencia que persigue nuestros instintos de supervivencia y reproducción a través de nuestras tendencias de solidaridad y cooperación y de libertad y autodeterminación. La acción humana es una combinación de factores contradictorios. Ella es tanto individual como social, es tanto moral como ética y legal, es tanto privada como solidaria, es tanto egoísta como altruista, es movida tanto por la sensatez como por la locura, es el producto tanto de la mayor sabiduría como de la mayor desatino. Una estructuración política que satisfaga estas duplas de factores no puede encarnarse por largo tiempo sin provocar los dolorosos conflictos sociales a los que nos hemos habituados.

En nuestra era, que ya tiene algunos pocos siglos de duración, las estructuras políticas se han ido modelando como naciones-Estados. El territorio las delimita. Además de comprender una población, un territorio es un enclave estratégico y contiene riquezas. La ambición por riquezas de otra nación, o la defensa de sus propias riquezas que podrían ser apetecidas, acrecienta el natural nacionalismo de una nación. Pero el peligro del nacionalismo es que el Estado, órgano de promoción de la nación, adquiera tanto poder que llegue a dominar al individuo, restándole libertad y restringiendo sus derechos, so pretexto del interés nacional. Cuando lo propio ocurre entre clases sociales, aumenta la identidad de clase hasta detener toda movilidad social y establecer institucionalmente el dominio y el sometimiento de una clase por otra. Cuando la violencia es el medio empleado para obtener lo codiciado, se habla de guerra. Uno de los posibles resultados de la guerra entre pueblos o naciones es la conquista de una por la otra. La guerra de conquista termina en el sometimiento del pueblo conquistado por los conquistadores y en el establecimiento de una separación rígida de clases con la aparición de una clase sometida, encargada de trabajar y servir, y de una clase dominante que pasa a ocupar el poder político y a apropiarse de las riquezas y los medios de producción.

Marx, observando la enorme diferencia entre los ricos y los pobres, dedujo, primero, que existía una comunidad de intere­ses para los ricos y otra para los pobres, y, segundo, que cada comunidad, que él identificó con una clase social al hacerla depender de la posesión o no de los medios de producción, está determinada por los modos de producción. Así, la sociedad está dividida entre aquellos que poseen las riquezas y los medios de producción y aquellos que no tienen otra cosa que ofrecer que su propio esfuerzo físico para lograr obtener su pan para alimentarse. De este modo, en el tejido social de una nación, no sólo unos explotan y otros son explotados, sino que también esta relación genera una permanente “lucha de clases” entre quienes persiguen someter a otros y quienes persiguen liberarse de ese sometimiento, siendo el culpable de esta situación, claro está, la propiedad en manos de los explotadores. La posesión de propiedad confiere enorme poder a su propietario, quien lo puede emplear para aprovecharse de quien se ve obligado a trabajar para él. Quien posea el capital, ya sea el Estado o los privados privilegiados, adquiere no sólo un enorme poder económico, sino un gran poder político.

En la era actual de predominio del capital privado, de su gran acumulación y enorme concentración en la economía global, la división social se da entre propietarios y trabajadores. Sucede que existe una asimetría entre capital y trabajo en el libre mercado en que se genera al mismo tiempo gran demanda por capital y gran oferta por trabajo. El resultado es el encarecimiento del capital, que se traduce en mayores beneficios para su poseedor y un consecuente aumento de su poder económico, y el abaratamiento del trabajo, que significa menores remuneraciones y mayores dificultades para sobrevivir. La propiedad privada de capital no es un derecho humano inalienable y natural, como supuso John Locke, sino que es una falsa ficción ideológica pero tan machacada por quienes detentan el poder económico que lo encontramos absolutamente natural y verdadero.


La persona


Un ser humano es una persona. Su individualidad, que le viene por su humanidad, es sólo una propiedad de su personalidad. En la complejidad de la persona la individualidad se refiere sólo a lo que forma parte de un todo social. Si el todo es mayor que una parte, un individuo es menor que la sociedad, y, por tanto, está en función de la sociedad. Sin embargo, a pesar de ser una parte de la estructura social, los individuos son personas, y la persona posee finalidades propias que trascienden la sociedad y ésta estaría en función aquella. Cada persona es un todo en sí mismo que va estructurando la energía cuantificada, que es propio de la materia, en energía psíquica. Cada persona tiene potencialidades que desarrollar y, principalmente, finalidades propias que perseguir. Esta es la razón por la que la estructura socio-política debe estar en función de las personas, siendo éste su objetivo, y no como los regímenes totalitarios (comunismo, nazismo, fascismo) que se sirven de los individuos a los que consideran prescindibles.

El ser humano es principalmente una persona que en la libertad y la voluntad que lo caracterizan se proyecta hacia dimensiones que trascienden la realidad del todo social. Una persona es un ser que, a diferencia del resto de los seres del universo, tiene la capacidad para ejercer acciones intencionales y, por tanto, libres. La libertad debe entenderse como la acción intencional en las tres instancias de la conciencia humana; en lo intelectual ella se ejerce para buscar la verdad, superar la ignorancia y, sobre todo, los prejuicios y obtener, no tanto información y conocimiento, sino sabiduría; en lo afectivo ella se ejerce para ser feliz al superar el miedo, la angustia y el sufrimiento; en el plano de la efectividad ella se ejerce desde la perspectiva moral, no tanto para buscar el bien y evitar el mal, sino para superar el odio y conseguir amar; al buscar pertenecer libremente a una sociedad el ser humano encuentra su propia identidad. Antes de actuar una persona ha deliberado previamente sobre lo bueno o lo malo de su acción, sobre lo legítima que resulta ésta, y sobre lo propio o lo impropio de sus efectos. La acción intencional es simultáneamente moral, legal y ética. Por lo anterior ninguna estructura social puede abarcar la totalidad de la persona y aquella debe reconocerle finalidades propias ajenas de su dominio.

En la visión clásica liberal si el individuo está libre de trabas sociales y otras coacciones, podrá hacer lo que le plazca más. En este afán, resalta la acción centrípeta del individuo, entre éstas la codicia, y se destaca solo algunas dimensiones del ser humano, entre ellas que su ser esencialmente autonómico le permite decidir sobre cómo vivir su propia existencia sin que nadie tenga autoridad para decir algo. Sin embargo, esta visión prescinde de otras dimensiones del ser humano. Omite indicar que una persona tiene la fragilidad de todo organismo viviente, requiriendo de otros y un medio propicio y provisto para poder ejercer su acción libre. Omite afirmar que la acción humana es esencialmente solidaria y cooperadora, buscando el bien común y la equidad. Omite señalar también que la acción  únicamente centrípeta daña otras personas, como es el privilegiado e indiscriminado usufructo de la propiedad privada, la que, en tanto bien, tiene usos alternativos, pudiendo ser usufructuada potencialmente por otros con iguales o mayores necesidades.

Existe reciprocidad entre la persona y el todo social. Así, mientras la estructura social tiene existencia a causa de la acción intencional y libre de los individuos que la componen, la persona tiene existencia porque pertenece a una estructura social. Un ser humano es providente, y también carente, de riquezas psicológicas, cognoscitivas, culturales y utilitarias, y necesita de la estructura social tanto para satisfacer sus necesidades tanto centrípetas como centrífugas. La sociedad civil es el lugar donde las personas ejercen sus funciones intelectivas en los asuntos que se relacionan con el bien común. Supone el reconocimiento de la condición fundamental de igualdad jurídica que valida el poder individual en el ámbito colectivo y público. Justamente en la sociedad civil la persona puede ejercer plenamente su libertad.  Estas ideas son un claro rechazo a la ideología individualista y liberal que supone que la búsqueda de la felicidad es una empresa solitaria, privada y egoísta, donde la función del Estado se reduce a garantizar dicho derecho sin otras interferencias.

La voluntad (y no un deseo pasajero) formal y pública de una persona se manifiesta a través de un contrato o de su voto. De manera similar, la voluntad de la mayoría de las personas en una sociedad la expresa y ejecuta un mandatario en aquello que él ha sido mandatado, celebrando contratos, emitiendo decretos o votando cuando se le requiere.


Derechos y obligaciones


Persona una estructura biológica y psicológica capaz de ejercer actual o potencialmente acciones intencionales. Estas acciones se caracterizan porque poseen finalidades que han sido razonadas previamente. Por dicha capacidad y cuando la persona está inmersa en el todo social, se constituye como sujeto y objeto de derechos y obligaciones. Los derechos humanos que las personas tienen son naturalmente, pero no temporalmente, anteriores a la estructura socio-política. Una persona es tanto sujeto como objeto de derechos humanos. Ella es sujeto porque la persona tiene una dignidad en función de su capacidad de autodeterminación, lo que implica reclamar con justicia por el reconocimiento de sus derechos por parte de la estructura socio-política. Ella es igualmente objeto, porque a diferencia de los derechos positivos que son ‘otorgados’ o ‘concedidos’ por la estructura socio-política, ésta tiene el deber de ‘reconocer’, ‘promover’ y ‘defender’ sus derechos para que aquella pueda ejercerlos en plenitud. La estructura socio-política debe estar en función del bien de las personas, y sería injusta si no tuviera esta finalidad. Aunque muchos suponen que el derecho de propiedad privada es un derecho natural, por el solo hecho de que es excluyente de otras personas que también podrían gozarlo resulta ser un derecho positivo, posterior a la constitución de la sociedad. El derecho de propiedad personal, que es muy distinto al llamado “derecho de propiedad privada”, es natural a los individuos. Otros tres derechos humanos y sus especificaciones pueden ser considerados derechos naturales: el derecho a la vida, el derecho a la libertad y el derecho a la seguridad.

Los derechos humanos son naturales porque pertenecen por esencia a las personas, siéndoles consustanciales. Estos se justifican, no por el fin transcendente que una persona pudiera tener, sino porque una persona es capaz de perseguir un fin de manera intencionada, como objeto volitivo que le presenta su razón deliberante. El hecho de que entre todas las relaciones causales del universo únicamente la acción netamente humana sea intencional constituye el principio distintivo que permite sostener que la dignidad de la persona se erige por sobre toda estructura socio-política. En otras palabras, la dignidad de la persona, por la que por fuerza se establece por sobre cualquier otra estructura del universo, no proviene del supuesto ingrediente espiritual que la pudiera componer, y que por dicho componente la haría, por así decir, superior al Estado, sino que dicha dignidad le proviene de su capacidad para auto-estructurarse, auto-determinarse, desarrollarse y crecer libre e intencionalmente según su propia razón. Toda vida animal es una auto-estructuración biológica. La vida humana es además una auto-estructuración psíquica, es decir, convierte la energía cuantificada, propia de la materia, en energía psíquica, propia del mundo espiritual.

El primer derecho humano es el derecho a la propia vida, pues ésta es el máximo bien ésta que puede tener. Además, este derecho no transgrede contra un derecho similar de otra persona. Este derecho produce la igualdad fundamental entre todos los seres humanos, pues todos tenemos el mismo derecho a la vida, no existiendo nadie que pueda reclamar con justicia una precedencia o un mayor derecho a vivir. Tampoco nadie tiene el derecho para determinar que alguien no tiene derecho a la vida. El segundo derecho humano, que deriva del primero, es hacer efectivo su propio derecho a vivir para auto-estructurarse a través de la acción personal libre. La acción intencional efectuada para lograr el objetivo de vivir es materia de la libertad, ya que ella, que deriva de nuestra razón, es necesariamente libre. El tercer derecho es a la seguridad de la persona, ya que en un ambiente propicio ésta puede vivir y auto-determinarse

A pesar de que el ser humano ha heredado el comportamiento agresivo biológico estereotípico, propio de los primates que lo impulsa a establecer su individual posición jerárquica dentro de su grupo social y a ocupar su propio territorio, su inteligencia, que es su rasgo determinante en contraste con los restantes animales, caracteriza aquel comportamiento más biológico cuyos orígenes se pierden en el tiempo. Su inteligencia le otorga enorme habilidad para interactuar con el medio de una manera colectiva. Además de ser capaz de exigir el respeto a sus propios derechos, el ser humano tiene la disposición racional de respetar los derechos del otro, aceptando la exclusión propia de lo que reconoce que al otro le corresponde a niveles enormemente más complejos y sutiles que la aceptación o rechazo, el respeto o agresión, que existe dentro de un grupo de animales. Un ser humano respeta el derecho del otro no sólo motivado por el deseo de vivir en paz, en la suposición de que la convivencia es un bien de una escala mayor y más preciado que la injusticia que podría existir en un derecho; principalmente lo respeta a causa de la percepción de que la justicia, que es lo que pertenece a otro, es una actividad netamente racional y comienza a manifestarse intensamente desde la misma niñez. Las conclusiones lógicas tras la expresión de la justicia impulsan a veces al ser humano a inventar sistemas políticos y jurídicos que posibilitan un mejor ejercicio de la justicia y la equidad, y crea las instituciones para defenderlos. Su misma inteligencia lo lleva a construir complejas empresas que posibilitan acciones conjuntas extraordinariamente eficientes y funcionales.



La estructura socio-política



La política es la actividad colectiva y organizadora de la estructura social dentro un territorio dado a partir de la fuerza socializadora que ejerce cada ser humano en su propio esfuerzo de supervivencia y reproducción. En base a esta organización colectiva la política se constituye en poder para dirigir, gobernar y administrar el desarrollo de la estructura social. La fuerza que se le concede o reconoce a la autoridad es la medida del ordenamiento de los individuos hacia un objetivo. En una democracia este poder se constituye en estructura política para encauzar y orientar el caudal de fuerzas hacia objetivos consensuados y determinados por el bien común y el respeto a los derechos humanos. 

La estructura socio-política o nación es el fruto de la interacción de la sociedad civil y la estructura política o el Estado en sociedades modernas, siendo ambas sus unidades discretas. Mientras la estructura política concentra el poder político, su autoridad proviene de la sociedad civil o pueblo, que es precisamente el fundamento de la estructura política, que es su cabeza. La unidad de una estructura socio-política depende de su capacidad para incluir dentro del alcance territorial de su poder a una población, la cual por el hecho de ser incluida se estructura socialmente. Entre la estructura social y la estructura política existe una relación simbiótica por la que ambas se necesitan recíprocamente y no pueden existir separadamente. La función de la estructura política debe ser es promover el bien común, perseguir la paz y el orden a través de la justicia, y la defensa territorial. Los individuos tienden a respetarse por un deseo innato de justicia.

En la estructura socio-política coexisten una estructura social que, aunque posee originariamente el poder o soberanía, es dirigida y gobernada, y una estructura política que ejerce el poder otorgado en nombre de la primera para dirigir, gobernar y administrar. La autoridad para el uso legítimo del poder es conferida voluntariamente por la estructura social a la estructura política. Si no existiera libertad y consentimiento, la estructura política haría un uso ilegítimo del poder, siendo a su vez legítimo que la estructura social intente independizarse del mismo, que resulta consecuentemente opresivo, por ser su origen ajeno a ésta. La estructura social demanda de la actividad política una dirección para que la acción de sus distintos componentes (individuos e instituciones) tenga un sentido y un objetivo según el bien común.

Decíamos que la función u objetivo de la estructura política es el bien común (la “voluntad general” de Rousseau). El bien común no es la suma de los bienes individuales, que son de la competencia de los propios individuos, sino que se caracteriza por perseguir el beneficio del todo social. No se relaciona únicamente con bienes y servicios de utilidad pública o de interés nacional. Se refiere principalmente a las condiciones sociales por las que las personas puedan desarrollarse y desempeñar sus derechos naturales a vivir plenamente y ejercer su libertad. Entre estas condiciones pueden mencionarse paz y protección, seguridad y orden, justicia y estado de derecho, independencia y defensa nacional, educación y cultura, desarrollo y progreso, igualdad y equidad, trabajo y prosperidad, salud y bienestar, riqueza y modernidad, respeto y solidaridad, información y comunicación, participación y responsabilidad. El bien común pasa a ser el requisito que posibilita a las personas perseguir sus objetivos propios. Estos objetivos no son individualistas, sino que son sociales y siempre están referidos de una u otra manera a los otros. También toda acción humana tiene de alguna u otra manera efectos sociales, aunque dicha acción tenga por objeto una cosa bastante privada, como es la satisfacción de un apetito relacionado con la propia supervivencia. Con mayor intensidad la acción humana tiene efectos sociales cuando intenta justamente afectar a otros seres humanos. Recíprocamente, la acción del individuo está siempre condicionada por lo social, aunque aquella sea original y surja de su propia creatividad.

La relación autoridad - poder político depende del origen de la autoridad y la forma del ejercicio del poder. Así, si se concibiera que la autoridad proviene de Dios, se puede obtener al menos dos posturas: 1º la teocracia es el poder político de Dios o por la legislación atribuida a Él. 2º La realeza es el poder político ejercido en su representación. Si se concibiera que la autoridad provenga de la misma estructura política, el poder político que detenta sería un totalitarismo. También se puede concebir que la autoridad debiera provenir de las personas de la sociedad civil, como en una dictadura si se piensa que las personas delegan su autoridad al dictador; o en un fascismo, si la autoridad de las personas se delegara a cuerpos intermedios, los que la entregan al tirano. En cambio, en una democracia las personas, sin desprenderse de su autoridad, mandatan al mandatario o representante para que ejerza el poder político según la voluntad de la mayoría.


La sociedad civil


Según su naturaleza condicionada genéticamente por eones de actividad tribal en la caza, la guerra, la recolección y la trashumancia los seres humanos no sólo requieren un líder, también le reconocen su autoridad, le ofrecen lealtad y fidelidad y se someten a su dirección. En esto los seres humanos nos comportamos como los lobos, que son otra especie que caza en grupo y que reconocen un líder que los etólogos llaman “alfa”. En general, la lealtad y la fidelidad se mantienen mientras el sentido y el objetivo propuestos coinciden con la voluntad de los seguidores. Este condicionamiento biológico-inteligente está en el origen de la sociedad y las diversas formas que éstas adoptan siguen los patrones de la naturaleza genética de los humanos. Sólo los seres humanos, entre todos los seres vivientes, establecemos sociedades que se caracterizan por el carácter intencional de las relaciones entre los individuos. Aunque la autoridad del líder proviene de la mayoría, el líder es quien, como mandatario, debe primeramente lealtad y fidelidad a esta voluntad.

La fuerza del gobierno proviene del poder conferido por la sociedad civil. Secundariamente, proviene del líder mismo y de su capacidad para controlar, comandar, dirigir y encauzar dicho poder, pues gobernar significa justamente ejercer el poder. El poder político consiste formalmente en sus cualidades personales y, materialmente, en los recursos económicos, culturales, morales, militares, etc. que la sociedad civil puede capitalizar y poner a su disposición. La sociedad civil consiente o autoriza a su gobierno su empleo. A veces, el gobierno emplea el poder sin el consentimiento ni autorización de la sociedad civil y se habla de tiranía. La fuerza que puede ejercer un gobierno está en relación directa al poder que dispone y el respaldo de la sociedad civil. Ella puede estar dirigida a diversos objetivos del bien común, como el desarrollo cultural, social y económico de la sociedad civil.

En la estructuración política, no existe una meta definida ni nadie que sepa llegar allí con certeza. Pero el parámetro decisivo se centra en la concepción que se tenga del ser humano y de la estructura política, gobernante o Estado. En una república el Estado está en función de las personas; en cambio, en un totalitarismo los individuos están en función del Estado. Tal como en la evolución biológica, donde los organismos vivientes van cambiando lentamente en el tiempo debido a la evolución, la estructuración política se va desarrollando entre el ansia de poder y riqueza y el deseo de paz y orden, entre la codicia y la solidaridad. Sin embargo, si en la evolución biológica no existe una dirección definida que no sea ser más funcional para la supervivencia del más apto y la capacidad reproductiva, la estructuración socio-política sigue el curso de una cada vez mayor conciencia de la libertad y la autodeterminación en un medio cada vez más complejo y demandante de soluciones para los nuevos y difíciles problemas que se van presentando.


La estructura política


El natural ejercicio del poder político es doble: 1. Velar por el bien común, la justicia social y la protección de los derechos humanos, y 2. La preservación de la paz y la imposición del orden, que es propiamente el estado de derecho y el control de la anarquía, el bandolerismo, la delincuencia y la defensa externa. La paz y el orden se obtienen principalmente a través de impartir justicia para dirimir con equidad los conflictos entre la estructura política y los individuos y entre los mismos individuos. Una estructura política posee el monopolio del poder para ejercer la fuerza política y dirigir, gobernar,  administrar, impartir justicia y legislar para la sociedad civil. En una república su poder es legítimo cuando tiene la autoridad soberana del pueblo para ejercerlo. Lo que caracteriza a toda estructura política, desde el punto de vista del territorio, son dos funciones secundarias: 1. constituir un único poder central y reprimir toda minoría subversiva, y 2. ser lo suficientemente fuerte para mantener su independencia y soberanía frente a otras estructuras políticas.

La estructura política concentra el poder político que, desde el siglo XVIII, ha sido dividido en tres para conseguir un equilibrio entre éstos y evitar su concentración que históricamente había generado corrupción, arbitrariedad y despotismo. Tres instituciones diferentes poseen una parte distinta del poder estatal: el ejecutivo gobierna la sociedad civil y administra la estructura política y los bienes públicos, el legislativo legisla para establecer derechos y obligaciones y fiscaliza los otros dos poderes, y el judicial imparte la justicia según el derecho establecido. Gobernar es la imposición de una dirección a la acción pública y colectiva de los individuos de la sociedad civil según el ordenamiento jurídico. En consecuencia, un gobierno se realiza en función del bien común. Para ello, debe proponer objetivos concretos, formular programas, conseguir la autorización y el respaldo de la mayoría ciudadana para llevar adelante su política, establecer estrategias para alcanzar dichos objetivos y ejecutar los programas. el gobierno. En una democracia el poder político de los representantes o mandatarios del pueblo proviene del voto popular.

Cómo se conciba el origen de la estructura política marca la estructura socio-política: si divino o humano, si hereditario o electivo, si del más fuerte del punto de vista militar, económico, intelectual, cultural, etc., o de la mayoría. También marca la particular concepción del ser humano: sobre la igualdad o no de los individuos ante la ley, sobre derechos y obligaciones, sobre privilegios, sobre la finalidad propia de los seres humanos, sobre la autoridad. La estructura política puede adoptar variadas formas según cómo se ejerce el poder: tiranía, anarquía, totalitarismo, absolutismo, parlamentarismo, tecnocracia, burocracia, monarquía, oligarquía, teocracia, plutocracia, autocracia, democracia, republica. La estructura política se justifica a menudo ante la sociedad civil por una determinada explicitación de un objetivo secundario y lo expresa de manera atractiva: libertad, igualdad y fraternidad; justicia social y progreso; unidad y solidaridad; desarrollo y bienestar; independencia y soberanía; obediencia y salvación eterna; trabajo y seguridad; grandeza y conquista; salud, vivienda y educación; inclusión social.

El acceso al poder político puede ser de muchos modos. Puede ser violento o pacífico, legal o ilegal, legítimo o ilegítimo. La historia humana es un recuento de revoluciones, revueltas, reformas, rebeliones, guerras, conquistas, derrocamientos, abdicaciones, huelgas, complots, golpes, magnicidios. También se registran pactos, acuerdos, contratos y hasta elecciones libres, limpias e informadas. La sociedad civil se ve en gran medida condicionada por la ambición de grupos por acceder al poder político para conseguir principalmente su propio beneficio, pues resulta que quien está en posición de poder alcanza prebendas que serían imposibles por otros medios. Por el contrario, las minorías débiles llegan a grandes sufrimientos por carencia de suficiente poder que limite los abusos de los poderosos. Una democracia es considerada el régimen político más humano y equitativo, pues no sólo puede ejercer un freno a los privilegios y al poder excesivo, sino que también puede representar una seguridad para las minorías. Una democracia es considerada el régimen político más humano y equitativo, pues no sólo puede ejercer un freno a los privilegios y al poder excesivo, sino que también puede representar una seguridad para las minorías.


La evolución de la sociedad


Históricamente, la estructuración política ha sufrido una doble tensión: 1. entre una concepción que privilegia la acción de la estructura política para promover el bienestar de los individuos y otra que entiende que los individuos saben qué les conviene más y 2. entre una concepción que busca en la estructura política la promoción de los intereses de una clase y otra que considera la igualdad jurídica de todos los individuos. Para explicar la evolución de la estructura política Platón (428 a. C. - 348 a. C.) estableció una secuencia en orden decreciente de perfección que comienza con la timocracia (gobierno del valor y el honor), sigue la oligarquía (gobierno del dinero y la avaricia), después la democracia (gobierno del desorden y la arbitrariedad), hasta llegar a la tiranía (gobierno del miedo y el crimen). Más tarde, Polibio (210 a. C. - 125 a. C.) supuso que la secuencia es cíclica y corresponde a monarquía, tiranía, aristocracia, oligarquía, democracia, oclocracia anárquica, y nuevamente monarquía. La estructuración no es lineal, unidireccional ni dentro de una misma escala, pues las fuerzas y los factores que la determinan son múltiples y variados. Las fuerzas fundamentales en toda estructuración sociopolítica deben buscarse en las distintas tensiones de los seres humanos, como valor-seguridad, supervivencia-reproducción, solidaridad-cooperación, libertad-autodeterminación.

Desde la aparición del homo sapiens, la estructura política ha estado experimentando un continuo cambio que se ha acelerado en el tiempo hasta adquirir en la actualidad una velocidad vertiginosa. Las comunidades tribales de cazadores-recolectores se caracterizan por la relativa sencillez de las estructuras social y política. La misma limitación de recursos impide una manifestación social y política más compleja. La actividad demandada por la supervivencia consume prácticamente la totalidad de las energías disponibles. La guerra constituye un lujo si no rinde dividendos inmediatos; puesto que casi no existen riquezas que codiciar (excepto por las hembras y los cotos de caza y áreas de recolección), la guerra puedo ser una actividad prácticamente desconocida en muchos lugares. El limitado conocimiento tecnológico restringe la obtención de los recursos de la naturaleza. Aquello que está más a mano, como piedras, madera, fuego, cuero, hueso, arcilla, hierbas, etc., constituye la totalidad de la materia prima disponible. Los productos son simples y bastos. La economía se reduce a contadas actividades. La estructura social tribal es bastante homogénea y poco jerarquizada, sólo existiendo una diferenciación sexual en la obtención de recursos y en la crianza.

Un salto de escala en la estructuración social y política ocurrió con la revolución agrícola-ganadera, hace diez mil años atrás, permitiendo la obtención de mayor energía con menor trabajo. Los animales no se cazan, se crían; los granos, tubérculos, hojas y frutos no se recogen, se cultivan. Las tribus devienen en comunidades y surge la familia. Puesto que los animales, la tierra, el agua y los implementos agrícolas son determinantes en la funcionalidad de esta economía, aparece prontamente la propiedad privada sobre las riquezas obtenidas por el trabajo y la acumulación primitiva de bienes. La estructura social, en especial en los pueblos agrícolas, se desarrolla en clases sociales funcionalmente diferenciadas: política, sacerdotal, militar, artesanal, campesina, pastoril. En etapas más desarrolladas de la técnica y la acumulación de bienes, aparece una cantidad de oficios especializados: escribas, mineros, herreros, carpinteros, canteros, marinos, tenderos, mercaderes, guerreros. La agricultura y la ganadería demandan mayor organización y protección política. Se estructura naturalmente un poder político de reinos con castas sacerdotales rodeando el trono. El rey dios aglutina el pueblo, le da dirección e identidad mediante una mitología, una normativa y un ritual. A través de la conquista de reinos vecinos, más débiles, se estructuraron imperios, basados en el poder militar. Los conquistadores invocaban principios religiosos para santificar y legalizar una autoridad y una apropiación cimentada sólo en la fuerza. La estructuración social de los imperios estaba formada por castas que se escalonan desde el sacerdote y el guerrero hasta el esclavo. Antes de la era industrial, esta estructura era estable y se reforzaba por el mito religioso que aseguraba que cada individuo cumplía en su respectivo estado una función según el designio divino que había de transmitir a su descendencia. 

Un incremento en la acumulación y la tecnología incide proporcionalmente en el aumento de la población y en el uso de los recursos naturales, y la geografía no se haya ajena a ello: la disponibilidad de territorio llega a ser crítica. Los individuos de los pueblos cazadores recolectores necesitan caminar diariamente unos 20 kilómetros para encontrar el sustento, y una tribu de unos treinta individuos requiere unos 700 kilómetros cuadrados de territorio. Con la agricultura, esta misma superficie sustenta a unos trescientos mil individuos. En el siglo XIX, la productividad de los indios norteamericanos de las praderas simplemente no pudo hacer frente a la de los agricultores europeos. Un mejor uso del territorio fuerza a una mayor protección y seguridad, y recíprocamente sostiene mayor población para esta nueva función política y estratégica. Cuando al territorio se le invierte capital en infraestructura productiva y urbanización, y además contiene otras riquezas naturales, sus habitantes necesitan encontrar prontamente la forma de protegerlo en forma efectiva contra invasores o dominadores, destinando a la defensa una mayor proporción de la riqueza obtenida.

Desde la Revolución Industrial la estructura sociopolítica ha estado experimentando un progresivo y veloz cambio de escala de magnitud nunca antes visto. Gran parte de la discusión ideológica en el terreno económico, que en el pasado reciente se daba entre conservadores y liberales, se está librando en gran medida entre neoliberales y medioambientalitas. Esta discusión puede tornarse vana frente a la inédita fuerza desencadenada por la gigantesca acumulación de capital y conocimientos tecnológicos, generadores del acelerado cambio en todos los ámbitos humanos, mientras la biósfera se va destruyendo a pasos agigantados, ahora agotada y repleta de basura. Marx puso realmente el dedo en la llaga cuando señaló que la propiedad privada resume cuál es el centro de gravedad del poder político. El feudalismo tuvo el menguado mérito que con el sistema señor-vasallo nadie se podía erigir en propietario absoluto. En cambio, desde que el feudalismo fue superado por los propietarios burgueses, el empresario ha conseguido la propiedad absoluta de su empresa, lo que lo convierte en amo y señor con autoridad casi despótica sobre sus trabajadores, a quienes se los deja competir libremente para ocupar los limitados y esclavizantes puestos de trabajo disponibles. El grupo de propietarios de un país, organizado colectivamente, o constituye una oligarquía conservadora y privilegiada cuando domina el Estado o es liberal que favorece la libre empresa y el libre mercado cuando pasa a la minoría. En ambos casos, busca consolidar la propiedad privada del capital hasta el máximo límite posible, elevando el derecho de posesión privada lejos por sobre los derechos a la vida y la libertad. Sólo el socialismo se constituye en amenaza, ya sea seria o meramente ritual, a la propiedad privada del capital. 


Evolución de la estructura política


Desde su propio mundo en una pequeña y autónoma polis griega de la antigüedad Platón generó una importante corriente de pensamiento político, la que ha tenido una influencia decisiva en la estructuración de la teoría política de la cultura occidental. En un mundo en que se alternaban los distintos sistemas políticos, concluyó que la política forma parte de la moral y que el comportamiento del individuo es producto de la estructura política. Creyó que la política es la estructuración destinada a la realización de la vida buena (areté en griego, virtus en latín) de los individuos, siendo ésta la finalidad de la existencia humana y que permite establecer una sociedad de justicia. Supuso que las mismas cualidades morales que caracterizan al hombre bueno son también las que aseguran la vida armoniosa del grupo. Concluyó que la función esencial de la acción política es moral, consiguiendo que los individuos sean buenos, y con ello lograr una sociedad armoniosa. Pero si no se llega a obtener la vida virtuosa, es porque hay carencia del conocimiento adecuado para alcanzar dicho fin. Sin embargo, es posible descubrir, mediante la reflexión sistemática, el camino que se debe seguir para lograrlo, aunque ello no asegure necesariamente que todos lo sigan. El camino correcto es la obtención de la verdad. Esta no sólo puede ser conocida, sino que es única y suprema y rige sobre la moral, la ética y el orden social. Esta teoría del conocimiento ha dado origen a una postura ideológica aristocrática, en cuanto pocos (los mejores) pueden conocer la verdad y regirse y actuar según los ideales de conducta. Conociendo la verdad y llevando una vida virtuosa, pueden en consecuencia dirigir y reformar al resto de individuos viciosos. La república ideal de Platón surge cuando el filósofo es también soberano, con lo que unía el poder con el saber.

Así, los dirigentes políticos, los aristócratas, imbuidos de sabiduría, saben lo que conviene a un pueblo que carece de toda capacidad para decidir según su conocimiento, pues su indolencia natural les impide pensar correctamente. De esta manera, sólo la autoridad política, plena de sabiduría, puede establecer normas morales objetivas, siendo su deber educar al pueblo de acuerdo a las normas dogmáticas de lo correcto, y castigar, incluso eliminar, a quienes incurren en error. La creencia de Platón de que algunos pocos pueden saber en qué consiste la vida buena, verdadera y justa y, por lo tanto, conocer qué es lo que le conviene al pueblo, ha sido decisiva en estructurar ideologías políticas más bien de carácter totalitario, tanto de ultraderecha como de ultra izquierda, como el nazismo, el marxismo, el comunismo, el fascismo, etc., que llaman a la acción pretendiendo que hacen lo que más conviene al pueblo y sin tener, en su suprema arrogancia, el menor respeto por la experiencia, el conocimiento, los valores y la libertad individuales.

Con el cristianismo las ideas correlacionadas de pecado y redención, al sobreponerse de cierta manera a la distinción griega entre ignorancia y sabiduría, establecieron a la Iglesia por sobre el Imperio Romano en cuanto significación y autoridad, hasta llegar a disputar al poder secular el papel de árbitro final en el ordenamiento del hombre y la sociedad. Las ideas expresadas en La República por Platón fueron llevadas a cabo por la jerarquía eclesiástica cuando se estableció la Iglesia imperial, con el emperador Constantino (272-337). Desde el mismo fin del Imperio Romano y el comienzo de la Edad Media el propósito de la Iglesia se expresó en una metáfora política: la edificación del Reino de los Cielos en el mismo mundo. San Agustín (354-430), arquitecto de la Cristiandad, sostuvo que la única función del poder civil es proteger a la Iglesia, deber que lo justificaba, en tanto la función de ésta, como su misión divina, es reincorporar al pecador en la sociedad divina. Con ello la función del emperador quedó restringida a constituirse en defensor de la fe. En la prolongación medieval de esta teoría política la tradición del gobierno imperial y la experiencia de la incorporación al cuerpo místico de Cristo, que es como Agustín definió la Iglesia, se constituyeron en los dos grandes temas. A la autoridad imperial se le confirió el universalismo de la Iglesia. “El gobierno humano deriva del gobierno divino, y debe imitarlo”, escribía santo Tomás de Aquino (1225-1274), inmerso en su majestuosa cosmovisión que unificaba, entrelazando, las leyes divinas, naturales y positivas. La función propia del poder secular consiste en asegurar la paz y el orden dentro de los cuales puedan los fieles proseguir imperturbablemente su peregrinación temporal por este mundo, alabando a Dios.

El Renacimiento se caracterizó porque comenzó a redefinir la función del poder político a partir de la nueva definición de la función del ser humano que entonces empezaba a formularse con fuerza. Las duras condiciones de supervivencia individual que caracterizaron al medioevo habían comenzado a aliviarse en algunas conspicuas regiones de Europa. La densa red jerárquica de relaciones interpersonales de protección - servicio entre señores y vasallos, que constituía el feudalismo y que formaba parte del grandioso esquema de la Cristiandad, comenzó a desarmarse frente a la aparición de las monarquías autocráticas y al aumento de la seguridad ciudadana y de la riqueza de comerciantes y burgueses.  Del rompimiento de los vínculos medievales emergió el individuo; pero este individuo, ahora liberado de ligaduras y sólo en función de sí mismo, fue colocado enseguida frente a un emergente Estado. La función de la estructura política, centrada en la salvación eterna de las almas de los integrantes de la sociedad vía la intermediación sacramental y la penitencia perdieron su urgencia, y el lugar de los afanes humanos más imperiosos fue ocupado por la posibilidad de una felicidad terrenal, centrada en el individuo, que se podía lograr a través de la riqueza, el poder y la gloria personal.

El cambio radical de la imagen que el ser humano tenía sobre sí mismo fue preludiado, en el ámbito del pensamiento político, por Nicolás Maquiavelo (1469-1527), para ser expresado más extensamente por los filósofos políticos de los siglos posteriores. La concepción de la función de la estructura política sufrió un vuelco. Ya no se le demandó que impusiera una disciplina moral a los individuos para conseguir que salvaran sus almas. Maquiavelo, por el contrario, intentó comprender en qué radicaba el juego del poder político, y sus descubrimientos los resumía en enseñanzas para el éxito de los jugadores de dicho poder dentro de la nueva concepción que adquiría la estructura política en la idea de Estado.


El Estado y el individuo


La idea de Estado fue inventada por Maquiavelo, y se refiere a la estructura que detenta el poder político. Correlacionada con esta idea surgió como su contrapartida la idea de individuo, que es el objeto del poder político. El individuo fue concebido como una abstracción de la idea de persona en lo referente a ser una unidad discreta de la estructura social que comprende otras unidades similares, y a que se encuentra enfrentado a la entidad del Estado. Con el Renacimiento comenzó una era en la que, lentamente al comienzo y con insistencia más tarde, los seres humanos exigieron mayor libertad política para que cada cual pudiera actuar en procura de sus propios intereses, mientras se condenaba la persistencia de los privilegios que provenían de antiguos derechos señoriales. El individuo comenzó a ser concebido más como sujeto que tiene por función actuar por su propio bienestar y felicidad que como objeto del poder político.

Desde entonces ya no se pudo justificar tan fácilmente un Estado regido por soberanos reputados de tan sabios que conocen lo que les conviene a los individuos. Y menos por soberanos que, sin siquiera importar su sabiduría, es Dios quien manifiesta su voluntad a los individuos a través de éstos, al derivar su autoridad del mismo Dios. Sólo con el tiempo fue madurando la idea de que el Estado debe ser regido por representantes de la voluntad de la mayoría del pueblo para posibilitar la acción libre de cada cual. Fue natural que de la monarquía se llegara a la república. La idea de un Estado republicano surgió de una triple necesidad: 1º. ¿Cómo obligar al gobernante para que represente fielmente los intereses del pueblo? 2º. ¿Cómo elegir al más capaz para garantizar un buen gobierno? y 3º. ¿Cómo impedir que el gobernante llegue a corromperse con el poder?

La teoría política moderna, que surgió como reacción al poder y el privilegio establecidos, se fundó en dos supuestos generales. Por una parte, las necesidades morales de los seres humanos son las que justifican precisamente la existencia del Estado y no el Estado el que justifica la existencia de las virtudes morales de los seres humanos, como pretendió Platón. Por la otra, la vida moral de los seres humanos tiene por finalidad los goces y satisfacciones en este mundo y no en el otro, como pretendió san Agustín. Estos dos supuestos básicos chocaban necesariamente con el régimen existente, y las diferencias entre los distintos teóricos políticos abarcaron un amplio espectro, comprendiendo desde el absolutismo hasta el parlamentarismo, desde el conservadurismo hasta el liberalismo, y ciertamente establecieron el campo para las duras batallas políticas que dieron origen a nuestras modernas democracias.

Maquiavelo, exponente del Renacimiento italiano, dio el tono a la partitura. Presentó al ser humano en su individualidad, sin relación con lo transcendente e interesado puramente en la vida terrenal, y a la política como el arte de adquirir poder y conservarlo, pues el control del poder es la única justificación de la soberanía detentada por el soberano, cuya primera tarea es gobernar. Sin pretender hacer una historia de la filosofía política, resumiremos a continuación el pensamiento político de algunos destacados filósofos políticos de los siglos XVII a XIX que han sido decisivos en la estructuración de las actuales instituciones políticas. Especialmente, Thomas Hobbes (1588-1679), John Locke (1632-1704) y Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) fueron un trío de filósofos políticos de los siglos XVII y XVIII que tuvieron una enorme repercusión en el pensamiento político posterior.

Hobbes, en las postrimerías del Renacimiento, partió de un análisis psicológico del ser humano para afirmar que éste tiene por finalidad la felicidad. Para él el ser humano está integrado por dos elementos: la razón y la pasión. La primera es un instrumento de la segunda para lograr sus propósitos. En un supuesto estado primitivo natural los hombres se conducían unos con otros como bestias, lo que sintetiza en la famosa frase: Homo homini lupus (el hombre es un lobo con el hombre). Todos son iguales en una naturaleza que da todo a todos. La utilidad es la medida de todo derecho. La motivación social del individuo es la ambición de poder y el miedo a la derrota. En realidad, Hobbes explicaba que no veía en sus conciudadanos otro móvil de conducta que el provecho y el dominio. Supuestamente, en el estado primitivo natural la codicia y la ambición irrefrenable de todos obligan a cada uno a permanecer con envidia y temerosamente en guardia frente a todos los demás. El derecho ilimitado de todos y de cada uno es igual a que no hubiera ningún derecho y equivale de hecho a la guerra de todos contra todos. Pero el estado natural no es confortable ni práctico, ya que no ofrece seguridad para el disfrute de los bienes. Los individuos se vieron consecuentemente forzados a llamar a un contrato social por el cual cada uno hizo cesión de sus derechos naturales. A continuación, idearon reglas de comportamiento que si fueran acatadas podrían beneficiar a todos y todos serían felices; y crearon por libre convención un orden, un derecho, una costumbre y una moralidad.

Hobbes encontró que este objetivo es posible si existiera un poder coercitivo, superior a todos, que para garantizar el respeto mutuo obligara al cumplimiento de las leyes. Supuestamente, el Estado surgió entonces a través de un contrato social mediante el cual cada individuo renunció a sus derechos a la defensa propia en favor del Estado, a condición de que todos los otros hicieran lo mismo, entendiendo que la seguridad y la paz son bienes mayores que la libertad. El Estado debía ser soberano para imponer el orden y ser la única fuente de derecho de la moral y la religión. El Estado sería la concentración de poder como resultado del egoísmo colectivo, y el contrato social, del que aquél surgiera como instrumento de la seguridad colectiva, nacía de los temores humanos. En el caso de la relación de los Estados se reproducía la situación del estado natural primitivo en la relación de los individuos. El egoísmo individual se llamaba ahora soberanía nacional. Con Hobbes se instaló el pensamiento secular sobre el sentido de la vida humana, la que señala que el ser humano puede conseguir la felicidad en la Tierra, consistiendo ésta en la satisfacción lo más amplia posible de los anhelos que la “pasión” humana exige. También con Hobbes se inauguró la idea de que la finalidad del Estado es la felicidad de los individuos, es decir, la finalidad propia de los individuos justifica por sí misma la existencia del Estado. Asimismo, con Hobbes surge en toda su amplitud el individualismo, basado en el interés personal como guía de la acción humana. Por último, con Hobbes se instauró la ideología del sistema político autoritario y poderoso, que privilegia más la seguridad de los individuos para el disfrute de la felicidad que la libertad que puedan tener para buscar su propia felicidad.

La creciente burguesía, constituida por individuos que habían soltado amarras del feudalismo y que disfrutaban de un creciente poder económico, buscaba una nueva relación para los individuos con el emergente Estado y una redefinición de sus funciones. En esta burguesía en consolidación surgió Locke. Igual que Hobbes, para Locke los hombres son libres e iguales. No hay subordinación ni preeminencia. Cada uno es dueño y juez de sí mismo y todos buscan su propia felicidad. A diferencia de Hobbes que retrocedió tanto en el estado de naturaleza que imaginó fundando una moral sobre la nada, Locke presupuso una moral para que el contrato social fuera posible. De lo contrario, los individuos carecen del principio fundamental de todo derecho contractual. La ley natural del empirista Locke fue la lex naturalis de los escolásticos. En contra el Leviatán de Hobbes, Locke propuso el Gobierno civil.

Locke, en el mundo anglosajón, y Rousseau, en el continente europeo, aparecieron para estructurar las nuevas ideas políticas en demanda. Ambos emplearon el metafórico “estado de naturaleza”, el primero para indicar una comunidad natural de intereses como sustrato necesario de todas las relaciones humanas, y el segundo para destacar la vida libre del individuo en la naturaleza, contrastándola con la vida esclavizada de la sociedad civilizada. Ambos habían prescindido de la enseñanza tradicional del Génesis bíblico y su relato del Paraíso, pero tenían presente los descubrimientos del Nuevo Mundo y los pueblos salvajes. Ciertamente, los conocimientos actuales de paleo antropología y prehistoria no estaban disponibles en aquella época, por lo que el estado de naturaleza primitivo no otra cosa que una ficción empleada para precisar la esencia, el origen y el fin del Estado. Locke tuvo tal estado primitivo natural por efectivamente histórico. En ambos, el estado de naturaleza ilustra las características permanentes del individuo: los derechos para Locke, la libertad para Rousseau. En contra de Platón, quien sostenía que el objeto de la sociedad debe ser hacer más virtuosos a los individuos, ambos pensaban que una sociedad justa depende de individuos virtuosos, con dominio en sí mismos. Ambos sostuvieron que el poder político debe ser limitado por la ley, la que además, para Rousseau, debe ser controlada por la voluntad general en una sociedad que posee un interés común y en la cual reside la soberanía. Ambos fueron ideólogos de la democracia burguesa, pues consolidaron la defensa del derecho a la propiedad privada, base del poder de la burguesía.

En contra de la idea de la posesión de la verdad absoluta por los mejores de acuerdo con Platón, pero suponiendo que la verdad existe, Locke propuso que ésta va surgiendo progresivamente a través de la experimentación. Así, mientras el platonismo tiende hacia el colectivismo con un fuerte poder central y también hacia un orden cerrado, el empirismo de Locke se inclina hacia el individualismo, la tolerancia, la libertad individual y también hacia un mundo abierto. Lo que fue distintivo en él fue que el principio que fundamenta la limitación de la soberanía del poder civil son los derechos naturales a la vida, la libertad y la propiedad. Esta “ley natural”, que obliga a todos, es la recta razón que indica a cada cual que debe mirar a los otros seres humanos como libres e independientes, que no debe ocasionarles molestia alguna en su vida, salud, libertad y propiedad. Entendió que la propiedad es la posesión exclusiva del individuo y no lleva obligación alguna. Supuso que la posesión de propiedad es una condición necesaria para ejercer la libertad. El poder civil de este Estado contractual no sólo no suprime el privilegio de la propiedad, sino que surge sólo para el mantenimiento de dichos derechos, pudiendo ser disuelto en cualquier momento en que los viole. El Estado no es algo “por naturaleza”, sino que surge exclusivamente de la voluntad de los individuos y de sus libres pareceres personales. Es la suma de ellos. El Estado se hace necesario para superar el estado natural primitivo, donde cada uno es su propio juez, lo que es una amenaza de una guerra de todos contra todos. Para contrarrestar la supremacía absoluta del Estado y limitar su autoridad, se le declara originado por la voluntad de los individuos y vinculado esencialmente a dicha voluntad.

Pero Locke no se ocupó de pensar en las obligaciones naturales, esto es, los deberes sociales, y olvidó que la libertad contractual jamás es genuinamente libre mientras las distintas partes contractuantes no lleguen a poseer igual fuerza para negociar, igualdad que se basa necesariamente en condiciones materiales similares. El contrasentido de la defensa del derecho de propiedad, como fundamento de la libertad. También Locke olvidó que la riqueza no se obtiene sólo por el esfuerzo individual, sino que a través del esfuerzo colectivo. El individualismo político de Locke se revela particularmente en tres aspectos: 1. El poder político, a diferencia de Hobbes, puede ser en todo tiempo reasumido por los individuos, pues los derechos naturales del hombre son inalienables. 2. El Estado no tiene otra misión que el servir a los individuos y velar por su común bienestar, particularmente su propiedad, que nunca podrá enajenar sin el consentimiento de los súbditos. 3. Finalmente, para cortar todo abuso contra los intereses de los individuos, el poder político deberá desglosarse en un poder legislativo y en un poder ejecutivo. Ambos poderes deben mantenerse equilibrados como los platillos de una balanza, para así mutuamente frenarse.

Tanto contra los privilegios y tiranías como contra la noción de hombre, definido como un ser racional, egoísta e individualista, que prevalecía en su época, Rousseau, adoptando una perspectiva sentimental y romántica, lo describió como un ser emocional cuya naturaleza más íntima está constituida por simples sentimientos morales y gustos estéticos, cualidades que son desfiguradas por las exigencias de la civilización. El hombre puede pasar del estado de la naturaleza al acatamiento de las leyes de un Estado que represente la “voluntad general”. La voluntad general la concibió como soberana, distinta del interés general y el deseo del individuo. Une a la comunidad en una acción con un propósito común determinado por el libre espíritu de solidaridad. Así, sobre los fundamentos románticos e irracionales de la voluntad general, Rousseau erigiría el sistema racional de las instituciones representativas.

Estos pensadores políticos fueron precursores de la Independencia estadounidense y de la Revolución francesa, las cuales trastrocaron la monarquía por la república y la tutela por la libertad. También fueron decisivos para los distintos movimientos independentistas hispanoamericanos. La clave para entender estos acontecimientos políticos es el cambio operado en la concepción tanto del Estado como del ser humano. De ser concebido únicamente como el medio para garantizar la paz y el orden a través de la defensa del territorio, que venía a ser como el patrimonio del señor feudal, y la sujeción de los individuos, a partir de los pensadores políticos desde Maquiavelo en adelante, el Estado pasó a ser concebido como el medio para promover el bienestar de los individuos. El trasfondo para este cambio en la concepción de la estructura política lo constituyó la expresión de un cambio cultural importante en pleno desarrollo. En efecto, la burguesía estaba en ascenso. Además, esta clase social era letrada y experimentaba los beneficios del comercio y la industria. Precisamente, estas actividades requerían el concurso activo de un Estado que no favoreciera únicamente el privilegio de la nobleza. Pronto se comprobó que el despotismo ilustrado, respuesta del orden vigente a las nuevas inquietudes, tenía un cariz muy platónico, aristocrático y tradicional, no consiguiendo estructurar un Estado más liberal en concordancia con el afán burgués. Las revoluciones burguesas de los siglos XVII y XVIII no tardaron en imponer el nuevo orden.

La ideología burguesa-liberal que se implantó, y que sigue rigiendo con fuerza en las democracias burguesas de la actualidad, sobre valoró al individuo frente al Estado, de modo que el segundo se hizo funcional a los derechos individuales. Supuso que el Estado es creado posteriormente, por convención, a la existencia de los individuos con el propósito principal de garantizar las libertades individuales y la propiedad privada. Así, el Estado no tiene otros derechos y facultades que aquellos que los individuos le confieren expresamente, los que consisten, en este caso, en reconocer y defender estos derechos preexistentes. El resultado es que el Estado, reducido a estas funciones, no puede intervenir sobre las libertades individuales y la vida económica basada en la propiedad privada.

Es claro que el fundamento filosófico-jurídico de la escuela liberal y su doctrina del laissez-faire contiene profundos errores. 1. Es falso que haya existido un “estado de naturaleza” anterior a un supuesto “contrato social” y al subsiguiente nacimiento del Estado. Los seres humanos somos seres sociales solidarios, cooperadores, que generamos nuestras autoridades. Así es nuestra condición genética como resultado de la larga evolución biológica del género homo. 2. Es falsa la noción individualista que concibe la libertad tan sólo como individual y la propiedad tan sólo como privada. Esta libertad individual que requiere bienes privados para conseguir la felicidad exclusiva sólo puede beneficiar de hecho a un número reducido de privilegiados egoístas. 3. Es falso que el Estado se origine en un “contrato social”. El Estado no es más que la estructuración del liderazgo tribal para una sociedad más compleja que la tribu.

La idea de un Estado que se justifica según los fines de los individuos, en consonancia con Hobbes, fue acentuada más tarde por el utilitarismo de Jeremías Bentham (1748-1832), y fue el resultado de la idea de que la finalidad propia de los individuos es una felicidad terrenal. Como vimos, la felicidad como finalidad de la vida ocupó el lugar central de los objetivos que propuso la cultura a partir del Renacimiento y, en especial, de Hobbes, y fue sin duda radicalmente distinta como finalidad del ser penitente del medioevo. Esta idea fue un paso importante con respecto a los epicúreos del siglo III a. C., quienes buscaban sólo el máximo placer y el mínimo dolor, o a los estoicos, contemporáneos con éste, que para evitar el dolor preferían cultivar la indiferencia con desdeñosa indolencia. Bentham pensaba que el Estado debe procurar la mayor felicidad al mayor número de individuos. Lo útil es lo que conduce a la felicidad. Siendo que el ser humano sólo posee experiencias directas de placer y dolor, las demás sensaciones derivan de éstas. La felicidad es el placer de duración prolongada. Bentham sólo expresaba el sentir de una corriente intelectual mayoritaria que estaba dispuesta a trastocar la felicidad por la libertad, sin caer en cuenta que la felicidad más plena proviene justamente del ejercicio pleno de la libertad. En efecto, pensemos que la verdadera felicidad es sinónimo de acción intencional para la cual sus condiciones fundamentales son la libertad y un propósito correcto. Es fácil confundirla con la posesión de condiciones que probablemente facilitan ejercer la libertad, como la riqueza y el poder. Pero a menudo estas condiciones obstaculizan ejercer la libertad. Usualmente sus poseedores resultan ser esclavos de estas condiciones.


Del socialismo al totalitarismo


La forma de cómo el Estado puede promover la felicidad entre los individuos dio origen a las ideologías socialistas del Estado de bienestar. De ahí que de las ideas de Estado e individuo surgidas en la Edad Moderna brotaran tanto el individualismo como la clase social y el totalitarismo. El problema de suponer que la realización personal se cumple con la satisfacción de los instintos individuales de supervivencia y reproducción, a los que se agrega la felicidad, lleva a pensar que la función del Estado, o de la sociedad civil, es procurar los medios para satisfacer aquellos anhelos. El problema que sigue lógicamente es que si se omite una transcendencia ulterior, la persona queda reducida a ser sólo individuo y, alternativamente, a ser sólo parte de un Estado que se transforma en un todo que puede instrumentalizar a sus componentes con el objeto de incrementar su poder y dominio.

Carlos Marx (1812-1878), más que seguidor del pensamiento político de Hobbes y Locke, lo fue de J.G.F. Hegel (1770-1831) y su “dialéctica”, pero también estaba imbuido en la cultura de su siglo. Suscribiendo la teoría de Rousseau de que la humanidad vivió en su comienzo en un estado comunitario primitivo, Marx creyó que este estado se vio alterado posteriormente por la división de clases antagónicas. Supuso que la humanidad se encamina nuevamente hacia un nuevo comunitarismo sin clases después de la necesaria apropiación revolucionaria de los medios de producción, supuesto causante del antagonismo. Más que aceptar que el fin del orden político es la felicidad de los seres humanos y que los seres humanos necesitan liberarse de las coerciones, él deseaba ver realizada la síntesis histórica del término de la lucha de clases, pues, así, el proletariado podría asegurar la supervivencia y los beneficios de una sociedad igualitaria. No buscaba la mayor felicidad para el mayor número de individuos, como Bentham, sino una felicidad igualitaria hasta donde fuera posible. En realidad, la filosofía marxista forma una cosmovisión de escalas de pensamiento y acción que son inclusivas. La acción revolucionaria se estructura a partir de la lucha de clases; la revolución, sobre la teoría económica de la plusvalía; esta teoría, sobre la interpretación económica de la historia; dicha interpretación, sobre la concepción de la lógica o dialéctica marxista hegeliana, y esta última se organiza sobre una metafísica materialista.

Pero cada una de estas escalas tiene serios problemas de demostración y la metafísica materialista no queda ajena de una crítica. Así, Marx, discípulo contradictor de Hegel, es no sólo deudor de su maestro por el método dialéctico, también lo es por la reducción de la historia a una sola línea argumental. Si para Hegel esta línea es el Estado, para Marx, jactándose de haber invertido los términos de la dialéctica hegeliana, la línea se redujo a los medios de producción económica. El apuntar a la economía como explicación de la historia es andar por el camino correcto, pero parcialmente en cuanto a que el cambio social lo tiene solo como a uno de sus grandes motores. También es explicable que su interpretación de la historia se convirtiera en una doctrina social y política que fue muy popular para predecir –erróneamente– el destino inmediato de la sociedad capitalista.

Para Marx la dialéctica de la historia es la lucha de clases. “La historia de toda sociedad existente hasta la actualidad es la historia de la lucha de clases”. Así comienza su Manifiesto comunista (1848). Aunque se cambie de nombre, la relación entre clases antagónicas ha sido siempre la misma: unos son opresores y otros oprimidos. Toda sociedad está presidida por esta lucha, cuya causa debe encontrarse en las diferencias de relación con los medios productivos, y que se resuelve en un proceso histórico-dialéctico. El factor determinante de la dialéctica de la historia son los modos de producción. Por modo de producción Marx entendió las técnicas determinadas empleadas en producir y distribuir lo producido que prevalece en una época y, más sintéticamente, a la diferencia entre la fuerza muscular y la fuerza motriz. De ahí que la causa del cambio social sea la invención, pues transforma los modos de producción. En cambio, la ley, la ética y la religión son factores que funcionan para preservar el sistema establecido y defender las relaciones establecidas con los medios de producción. Incluso las acciones de los políticos están condicionadas por el sistema y no aportan nada a la transformación social. Por ello, el factor económico aparece como condicionante de todas las manifestaciones culturales y de todas las acciones humanas.

Marx descubrió que los medios de producción a través de la historia, desde los tiempos de la caza y la recolección, pasando por las artesanías, la agricultura y la ganadería, hasta llegar al maquinismo, determinan no sólo fuerzas productivas, sino también relaciones de producción. Cuando la propiedad de los medios de producción es individual, las relaciones de producción que crean las sociedades son antagónicas, como amo-esclavo, señor-vasallo, capitalista-obrero. La propiedad individual de la era del maquinismo, aparecido en plenitud en su propio siglo, fue vista como causa de la formación de grandes masas de asalariados sobre los que se ejercía la explotación de una minoría propietaria de las máquinas. Probablemente, la teoría política desarrollada por Marx pertenece a un nivel de estructuración más bien compatible con una mentalidad preindustrial. La actitud de Marx fue en cierto modo conservadora. Frente al surgimiento del proletariado industrial, él quería volver al ideal de una sociedad rural y artesana, pues tenía como modelo la comunidad agraria con la cual soñaban los utópicos agrarios en una época de transición a la industrialización. El fin último de su dialéctica es la Revolución. Atrapado en el hegelianismo, no vio más que una salida a tal situación. El día en que los obreros de todo el mundo se apropien de los medios de producción se habrá resuelto para siempre la contradicción dialéctica histórica fundamental entre explotadores y explotados, pues quedará instalada una sociedad sin clases o comunista.

En la contingencia de su época, al defender al proletariado, establecía a la burguesía como el enemigo que debía ser destruido como clase social. Partió de la concepción liberal del Estado para desear ver justamente su aniquilación irremediable a través de la acción de la dialéctica histórica. El Estado aparecía para un liberal como una autoridad coercitiva, pero para Marx el Estado burgués lo hacía además como una entidad que funciona en el interés exclusivo de la clase dominante. Percibiendo al Estado como una “superestructura” o agregación artificiosa y forzada a la estructura social, sostuvo que tal Estado debía ser abolido. A la dictadura de la burguesía, como él percibió al Estado, se le debía oponer la dictadura del proletariado, que él concibió como una breve etapa destinada a derrocarla para establecer a continuación la sociedad internacional sin clases, que es el comunismo.

Para Marx el comunismo se distingue de todo otro tipo de organización social, porque ya no existiría allí la lucha de clases. La propiedad privada sobre los medios de producción produce la diferencia entre explotadores y explotados y origina la diferencia de clases. Al ser ella abolida por la dictadura del proletariado, se da término a las diferencias de clases y también a la lucha de clases que las diferencias generan. El Estado, creado justamente para proteger la propiedad privada, desaparecería por innecesario.

La clase social de Marx oculta al individuo que se sumerge en ella, a la manera como la Razón universal de Hegel engloba la existencia intranscendente de una sencilla razón humana. El individuo no cuenta frente a la clase. El proletariado es una clase social que tiene un destino glorioso cuando venza y destruya la burguesía en la épica revolucionaria a la que Marx convocó. Con tal fundamento ideológico, no en vano los socialismos reales que emergieron en los países comunistas a partir de la Revolución Bolchevique, en 1917, se convirtieron en los más inicuos totalitarismos que la humanidad haya conocido en los cuales el Estado, liderado por algún siniestro y endiosado personaje, aterrorizó la sociedad civil en búsqueda de quimeras.

Desde nuestra actual perspectiva podemos decir que la visión de Marx no corresponde a la realidad. Quiso liberar al proletariado de su condición de explotación, pero su visión fue una mera elaboración de su mente. Ésta produjo ideas como burguesía, proletariado, explotación, medios de producción, plusvalía y lucha de clases como una forma de explicar la realidad. Pero el problema que enfrenta toda ideología es que, a pesar de que los seres humanos tenemos acceso a la realidad mediante nuestra limitada experiencia mientras emplea el pensamiento lógico y abstracto, es una tarea muy difícil llegar a comprenderla cabalmente. Más aún lo es poder modificar la realidad para adecuarla a nuestro ideal. Los modos de producción como factor determinante del cambio, que para Marx tiene valor trascendental, podría ser válido únicamente en la escala de una civilización que posee un ritmo pausado de cambio tecnológico. Él no tuvo la ocasión de vivir en nuestra época de una permanente innovación y transformación tecnológica para darse cuenta de lo relativo de su teoría dialéctica. Aunque todo poderío económico depende de la tecnología, en una época de tanta oferta tecnológica, la tecnología que prevalece está protegida por el poder del capital.

Las ideologías políticas totalitarias llevaron hasta las últimas consecuencias las ideas del orden político en función de la clase social, la nación o la raza. La sombra de Platón envolvió las manifestaciones totalitarias. En plena época de la manipulación tecnológica la estructuración del areté platónico fue el objetivo de la ingeniería social. En la búsqueda de estos fines, el papel de la libertad pasó a segundo plano. A una vaca le basta un prado verde para sentirse contenta, sin importar que esté cercado por alambre de púas. Lo que conviene es la acción del Estado para promover la felicidad de los seres humanos, sin importar, por otra parte, si hay también que eliminarlos brutal y científicamente para conseguir dicho propósito. Las “buenas” intenciones tras el endiosamiento del Estado, compartidas por los líderes que lo representaban, provocaron las tristes catástrofes socio-políticas del siglo XX, por todos conocidas.


El individualismo


La ideología opuesta a los totalitarismos de cualquier color ha sido el individualismo. Según ella, el individuo humano existe para sí mismo, independientemente del grupo social, y el Estado no puede interferir con su existir, a no ser que sea para garantizar su libertad. Esta ideología surgió de la tendencia exagerada a suponer que la identidad personal consigo misma es igual a ser objeto de su propia actividad. Por ella se sostiene que la psicología de los individuos está hecha para perseguir su propio bienestar e interés personal, sin reparar necesariamente en el bien de los demás ni en la acción colectiva hacia cada uno. Por el contrario, Hobbes sostuvo que el prójimo es un rival (homo homini lupus) y, por otra parte, Adam Smith supuso que existe una relación causal entre el afán de lucro individual y su efecto en el bienestar colectivo si se deja que las leyes del mercado operen libremente.

El individualismo, que tuvo su inicio en el Renacimiento, y más precisamente con Maquiavelo, adquirió coherencia teórica con el empirismo, escuela filosófica inglesa de los siglos XVII y XVIII, que se oponía a una metafísica de verdades inmutables, eternas, necesarias y universales. El empirismo afirma que las verdades son adquiridas y que únicamente la experiencia sensible decide lo que es la verdad, como también el valor, el ideal, el derecho, la religión. El conocimiento se limita a la experiencia inmediata de la realidad sensible, negando la posibilidad intelectual de la abstracción. Puesto que la experiencia no tiene término, la verdad nunca concluye, siendo todo relativo. El sentido adquiere hegemonía sobre lo inteligible, lo útil sobre lo ideal, lo individual sobre lo universal, el tiempo sobre la eternidad, el querer sobre el deber, la parte sobre el todo, el poder sobre el derecho.

Locke abordó, en su Ensayo sobre el entendimiento humano (1650), la problemática del conocimiento humano develada por la duda cartesiana, desencadenando una contienda en torno a su fundamento, certeza y extensión, lo que imprimió su sello a toda la especulación de los siglos XVII y XVIII. El primer problema que se planteó fue acerca del origen del conocimiento, afirmando correctamente que en nuestra mente no existen ideas innatas. Pero no consideró la existencia de instintos ni del modo particular de funcionamiento del cerebro. Por el contrario, para él la mente blanca, limpia y sin idea alguna se provee de éstas exclusivamente por medio de la experiencia. Puesto que éstas son eminentemente subjetivas, variando de sujeto a sujeto, Locke renunció al conocimiento de verdades objetivas y menos de verdades absolutas. Aquello que subyace en el proceso del conocimiento es el individuo.

El individualismo supone que el individuo es libre porque, siguiendo a David Hume (1711-1776), “tiene la capacidad de actuar o de no actuar de acuerdo a las determinaciones de la voluntad”, pudiendo elegir entre una multiplicidad de medios para obtener un fin deseado. Ciertamente, dicha capacidad la pueden ejercer todos los organismos vivientes con sistema nervioso central con mayor o menor habilidad. Además, si reemplazamos la determinación de la voluntad de Hume por la concepción hobbesiana de una pasión que instrumentaliza la razón para conseguir la autosatisfacción, llegamos al hedonismo de nuestro tiempo como sinónimo de felicidad. Como mejor se expresa esta ideología es en la economía liberal, la cual sostiene que la libertad se puede ejercer en su plenitud en el libre mercado. En la actualidad, renunciando a los postulados del liberalismo político, es posible la coexistencia del liberalismo económico con una política autoritaria, donde la libertad humana se vuelca puramente hacia la actividad económica del mercado, sin inmiscuirse en las decisiones políticas.

El individualismo es en realidad una abstracción de la naturaleza de la persona para explicar, según las escuelas inglesas de pensamiento –empirismo, positivismo, utilitarismo–, la relación entre los seres humanos y la de éstos con las estructuras social y política. Evidentemente, al ser una abstracción, se omite la complejidad del ser humano. Desde Hobbes, pasando por Bentham, hasta nuestros días los individualistas, buscando explicar el ser humano desde un punto de vista de una abstracción de la idea de persona, llegan a una aberración. En el Renacimiento apareció la idea de que el ser humano puede hacerse a sí mismo, desvinculado de toda autoridad religiosa o moral, en clara oposición al platonismo. Con los filósofos políticos ingleses, la idea de “individuo” pasó a referirse al ser humano en su relación con el Estado y con los otros seres humanos dentro de la sociedad civil. El énfasis fue puesto en dos aspectos: 1º su propia finalidad que le es tan exclusiva que no necesita de otros seres humanos, 2º el respeto y la no interferencia a la acción de los otros individuos en la suposición de que cada cual anda tras lo suyo. Ya se subraya en Hobbes la idea de que la finalidad que cada uno persigue es su propia felicidad. Con Bentham, esta felicidad puede ser cuantificada en algo parecido a unidades discretas de felicidad que pueden ser intercambiadas y hasta acumuladas. Ambos aspectos relegan al Estado al papel de proteger la acción “libre” de cada individuo tras su propia felicidad.

La idea individualista de que el objetivo de la acción individual es su propio bienestar es contraria al hecho antropológico de la solidaridad y la cooperación ciudadana. Aquella idea está detrás de la práctica política de la no participación ciudadana, concibiéndose como suficiente la representación de los intereses individuales. Por el contrario, un ciudadano no debe suponerse a sí mismo sólo como un votante de sus propios representantes en la polis, quienes tendrían por misión velar por los intereses individuales de sus votantes. Si en una democracia la misión de un representante es ocuparse principalmente del bien común, entonces la misión política de un ciudadano no se remite a entregar su voto en el día de las elecciones, sino que su acción política se refiere a su participación en la construcción de ese bien común, considerando además que este bien común podría contradecir el interés individual del ciudadano en cuestión. La explicación es, como se dijo más arriba, que el concepto “individuo” no define al ser humano en su relación con la estructura sociopolítica. Éste es mucho más que individuo. Es esencialmente “persona”. Por persona podemos entender que el ser humano no sólo tiene objetivos que le pertenecen y que trascienden la sociedad, sino que también tiene la capacidad intelectual de razonar y desear lo que él mismo determina, que puede ser contrario a su propio interés. El razonar no es un ejercicio puramente lógico, como el que efectúa una computadora y que siempre entregará los mismos resultados. El pensamiento de una persona es también abstracto y se enmarca dentro de la complejidad de valoraciones propias de la cosmovisión que cada persona llega a generar en el curso de su vida y por la que su acción se inscribe en el ámbito moral. 

El individuo, como abstracción, opacó la multifuncionalidad del ser humano, quien, como persona, tiene una gran capacidad para interactuar, cooperar, asociarse de múltiples formas con sus semejantes y las cosas, y ser solidario hasta el punto de efectuar grandes sacrificios desinteresadamente y mantener indefinidamente sólidas lealtades. La acción personal es normalmente solidaria y busca el bien del otro. Una acción solidaria es propia de un adulto responsable y está alejada de, por ejemplo, un niño consentido. Un ser humano es más él mismo mientras más esté interconectado con sus semejantes. Un ser humano se auto-estructura a sí mismo a través de su acción solidaria. A través de esta acción un ser humano puede encontrar su felicidad. El fundamento de la multifuncionalidad humana es la libertad. Ésta consiste en actuar según una intención consciente ligada a una finalidad razonada. La libertad plena se expresa en la cosa pública, y ésta depende de aquélla para estructurarse. La libertad reducida a expresarse en el mercado es su forma más elemental. En contra de los supuestos que dieron origen tanto a la ideología del totalitarismo como a la del individualismo, podemos pensar que la felicidad no es propiamente la finalidad de los seres humanos, sino que el ejercicio de la libertad es tal finalidad, siendo la felicidad sólo el efecto de la libertad. Como consecuencia del actuar libremente, se es feliz. Por lo tanto, la finalidad propia del Estado es la promoción de los derechos humanos, estando dentro de los primeros el respeto por la vida, el garantizar la libertad individual y el velar por la seguridad. Ello supone la concepción de que el ser humano no sólo es libre para vivir, sino que se le debe otorgar autonomía y oportunidades para desarrollar su vida como él mismo elija.


El Estado neoliberal


Salvo en flancos marginales, la Guerra Fría no fue bélica, sino que de modelos económicos antagónicos de desarrollo, y se dio entre el trabajo y el capital. Lo que estuvo crudamente en juego fue, por una parte, la posibilidad de cada Estado para acumular capital e intervenir en la economía nacional en busca de desarrollo económico junto con asegurar la independencia económica de la nación y, por la otra, la demanda de los capitalistas para invertir con plenas garantías en cualquier parte del planeta que les permitiera los mejores beneficios. La victoria perteneció, no a los EE.UU. y sus instituciones políticas y militares, sino que al capital privado como poder financiero radicado en Wall Street y las corporaciones transnacionales, y al capitalismo como modelo de desarrollo económico. Estas dos características han condicionado la estructuración de la nación-Estado contemporánea, transformándola de raíz, pero forzando la conservación de la cáscara de su antigua estructura republicana.

El mote de neoliberal para este modelo de la economía capitalista se justifica por un triple hecho. 1º Económicamente, el capital financiero se independizó del capital productivo, se volvió eminentemente privado y especulativo y, al poder ser invertido en cualquier lugar del mundo, dejó de tener nación. 2º Políticamente, tras el principio de subsidiariedad el Estado debe proteger e incentivar activamente al capital privado para que éste pueda acrecentarse y ser un motor del crecimiento económico, mientras se margina de la actividad productiva. 3º Culturalmente, se ha llegado a suponer que todas las relaciones humanas están o deben estar sujetas a las leyes del mercado: un potencial novio resulta ser un comprador en el mercado de las novias, y una novia espera saber cuál de los potenciales novios podrá dejarla más satisfecha en sus aspiraciones; un político se publicita en el mercado de electores, mientras que el elector vota por el candidato que mejor pueda satisfacer sus mezquinos intereses.

El Estado neoliberal se caracteriza porque pasa a depender del capital privado para desarrollar la economía y proveer empleo para la población nacional. Una mayor tasa de empleo asegura el orden y la paz política y social. Sin embargo, la inversión de capital le impone ciertas reglas. Le exige garantías contra la expropiación de la inversión, seguridad en el retiro de las utilidades, impuestos reducidos, disciplina de la masa laboral, bajos aranceles, control severo de la macroeconomía, infraestructura vial, portuaria y de comunicaciones, estricta paz y orden. En la medida que el capital comienza a dictar la política nacional, se va reduciendo la participación ciudadana en la política. El capital es invertido en alguna actividad económica siempre que exista objetivamente alguna ventaja comparativa. En ausencia de proteccionismo arancelario la competitividad alcanza la escala global. Un producto que tiene mercado local tiene también mercado internacional, pues en el mismo mercado local compiten los productos del resto del mundo. Así, si un producto es competitivo en el mercado local, lo será también en cualquier otro mercado.

La ideología neoliberal es de absoluta conveniencia para el crecimiento del capital pero a costa de la explotación del trabajo y la expoliación de la naturaleza. El trabajo, incluida la actividad de administración empresarial, debe contentarse con una porción reducida de la torta que se reparte, pues, si no, es reemplazado por tecnología. En la relación con el capital, donde la demanda por capital es proporcional a la oferta de trabajo, el trabajo queda en una situación absolutamente desvalida. Por su parte, la naturaleza, como factor de la producción, sólo puede aspirar al desarrollo sustentable, que implica el término de este modelo, para no quedar expoliada del todo. Además, el capital privado se acumula aún más sobre la base de la apropiación gratuita de la naturaleza (suelo, subsuelo, especies vegetales y animales, agua, aire), que es un patrimonio tanto nacional como de la humanidad. La inversión de capital sigue, sin tregua, redituando a su poseedor, quien se torna crecientemente en un ser extraordinariamente poderoso y que no rinde cuentas a nadie, mientras que la mayoría de la población se va sumergiendo en la angustia y miseria y la naturaleza se va agotando y contaminando.



La democracia



La estructuración política superior es hasta ahora la democracia. Esta es el reconocimiento por parte de la estructura sociopolítica de que todos los individuos que componen la sociedad civil son sujetos de los mismos derechos humanos fundamentales, pues poseen finalidades propias que la trascienden. La función del Estado democrático es representar y promover la voluntad de la mayoría en concordancia con el bien común y el respeto de  los derechos de la minoría.

La instauración de la democracia supuso una verdadera revolución política. Se tuvo que confrontar tanto a los privilegios de la nobleza y el alto clero como al poder del soberano que había llegado a ser absoluto. Pero este surgimiento, que ocurrió después que los privilegios y abusos alcanzaran niveles insostenibles, estuvo en sintonía con lo más profundo del ethos occidental. Había en éste valores que habían sido largamente atesorados y que favorecían las nuevas relaciones que se estaban estableciendo entre los individuos y entre éstos y el Estado. Desde su inicio el ethos occidental ha valorado, por una parte, una actitud por la cual cada individuo se consideraba con los mismos derechos fundamentales que cualquier otro, incluido el papa y el empera­dor, quienes se diferenciaban sólo por una unción de un cierto carácter divino. Por la otra, ha existido una conciencia generalizada que considera que la autoridad proviene de alguna manera de la voluntad de la gente –vox populi, vox Dei–, aunque el poder establecido, para auto-justificarse, diera largas explicaciones teológicas y filosóficas de un orden jerárquico para representar la voluntad que proviene de Dios en materias de la autoridad política. El ethos occidental se caracteriza porque se cree que la autoridad está al servicio del bien común y porque los individuos deben respetar lo que convienen, buscar por sí mismos y libremente su propio quehacer, liberarse de poderes coercitivos, en definitiva, considerarse hijos de Dios y hermanos de Jesucristo, y que la muerte iguala.

Estas valoraciones provenían de dos de las vertientes que han conformado la cultura occidental. La primera, que es originaria de la cuna de los pueblos indoeuropeos nómades, en el Cáucaso, fue la base para una actitud individualista, y surgió históricamente cuando el caballo y el hierro llegaron a constituir instrumentos de poder individual. Cada uno tenía la posibilidad a mano de poseer una cabalgadura y una espada. Este poder armado era, en una época en que se desconocía otra tecnología mejor, el mayor posible. Todo individuo era un poder en sí mismo. Cualquier príncipe guerrero debía definir previamente con sus seguidores al enemigo y convenir la forma de repartir los beneficios que resultaran de la guerra, como si ésta fuera una empresa comercial, y el tiempo que duraría esta aventura. El poder del príncipe provenía del poder de sus guerreros organizados militarmente. Un príncipe resultaba ser sólo un primus inter pares, lo que representaba una diferencia completa de los reyes-dioses de los poderosos pueblos agricultores, como los egipcios y los mesopotámicos. La segunda vertiente de la democracia moderna proviene de una maduración anticlerical y antiplatónica del evangelio de Jesús tras comprender, 1º que los seres humanos somos todos iguales ante Dios, nuestro padre; 2º que tenemos finalidades propias que son decisivas para una existencia transcendente y que, por tanto, están más allá de las finalidades fundamentales del Estado, y 3º, pero no menor, que debemos amar a nuestro prójimo, incluido el enemigo. En esta línea, se ha llegado a concebir que la autoridad política tenga por función la promoción y defensa de los derechos humanos. El derecho a la vida, el derecho a la libertad y el derecho a la protección han surgido de una profunda conciencia evangélica.


La esencia de la democracia


En esta estructuración sociopolítica se reúnen estructuras o condiciones evidentemente necesarias y que podríamos expresar como sigue:
o En una república democrática la soberanía o autoridad política pertenece a la sociedad civil  o pueblo constituido por personas libres que la delega o mandata a la estructura política.
o No existe instancia intermedia entre el mandante y el mandatario.
o El poder se utiliza para garantizar los derechos tanto naturales como positivos de las personas y llevar a cabo el bien común según lo dispone la mayoría.
o La estructura política no se inmiscuye ni en la moral ni en la ética, ni tampoco guía la acción de los individuos, sino que establece condiciones estructurales para que la persona pueda actuar libremente para que ella pueda auto-determinarse y formular su proyecto de vida.
o Persigue la igualdad política y jurídica de los ciudadanos.
o Reconoce la dignidad de todas las personas.
o Para acordar lo que se determine la democracia no reconoce el contrato social, sino los resultados de elecciones libres.
o Confiesa la igualdad natural, no sobre bases religiosas, étnicas, de género, estructurales o funcionales, sino según finalidades existenciales de autodeterminación, propias de la persona.
o No tiene por finalidad el interés o privilegio de algún grupo, sino el bien común, e. d., el “bien público” de Locke o el “interés general” de Rousseau.
o La estructura política es el mismo pueblo en su función de soberano.
o En una democracia indirecta, por su mandato la soberanía, que se origina en el pueblo, es ejercida por representantes libremente elegidos y ellos asumen las funciones especificadas en la estructura política por el tiempo mandatado.
o Para ser fiel a la voluntad popular y evitar la concentración del poder, el poder que asume la estructura política está dividido según las distintas funciones propiamente suyas.
o En las elecciones sólo votan las personas y cada persona vale un voto.
o Una constitución democrática es el resultado de una asamblea constituyente democrática.

La democracia proviene de proyectar al ámbito público el acuerdo privado y tácito entre personas libres quienes, al auto-determinarse, asumen responsablemente el compromiso de convivir y actuar intencionalmente en la sociedad civil. Sólo en la democracia es posible que la estructura cívica, que surge del acuerdo público de los ciudadanos, sea plenamente legítima. Esta legitimidad se obtiene cuando ésta se constituye según la voluntad de la sociedad civil, no existiendo asuntos públicos que no puedan ser discutidos y debatidos libre y abiertamente. La democracia se define propiamente como el gobierno de la mayoría, que es aquel que expresa la voluntad popular. Esta definición entiende primeramente que la sociedad civil se compone de individuos quienes, en su calidad de ciudadanos-electores, tienen todos y cada uno exactamente el mismo valor, esto es, un individuo es igual a un voto, comprendiéndose que todos ellos poseen la misma dignidad y, por tanto, los mismos derechos y obligaciones. Todos tienen el mismo derecho y obligación a votar y elegir. Cualquier privilegio es rechazado. Una mayoría que acuerda una alternativa de proyecto político decide la cuestión. Aunque un individuo pertenezca a una minoría, mantiene los mismos derechos y obligaciones que un individuo que pertenece a la mayoría. Si la mayoría no tiene una clara conciencia democrática, el régimen que ella puede establecer puede ser claramente antidemocrático, como el liderado por un tirano. Una conciencia democrática significa tanto el respeto a la dignidad personal de los demás como el identificar el bien común con el interés de la mayoría.

En el gobierno de la mayoría lo que vale es la cantidad de individuos, no la calidad de algún individuo o de algunos individuos en particular. La cantidad está indicando que cada individuo tiene el mismo valor, indistintamente de sus cualidades personales. Es objetivamente posible que la opción que opte la mayoría no sea la mejor o la más beneficiosa para una colectividad, pero es la que libremente ha sido determinada en forma responsable. El gobierno de la mayoría ha significado un gran avance de la práctica política en la dirección de la igualdad social, pues supone la igualdad jurídica de todos los ciudadanos adultos. Cada cual tiene el mismo valor jurídico que otro, independientemente de su raza, credo o género. El fundamento de la igualdad jurídica reside en la tradición del Evangelio de otorgar a cada ser humano la misma dignidad personal en virtud de ser un hijo de Dios. Vale la pena consignar que esta igualdad de dignidad ha sido negada por el Calvinismo que supone que sólo los elegidos han sido predestinados por Dios para salvarse, mientras el resto lo ha sido para condenarse. Una mayoría política se consigue no porque el interés individual coincide en que es el mismo para todos, ni tampoco porque existe una capacidad para consensuar un denominador común de intereses individuales donde cada uno debe ceder algo para obtener algo, como podría enseñar el liberalismo más extremo. Una mayoría se genera cuando se produce consenso sobre cuál debe ser el interés común de la colectividad. Como no pueden existir acciones comunes que puedan satisfacer plenamente a cada uno de sus componentes, todos deben sacrificar parcialmente su propio interés personal en función del bien común. La condición de cualquier determinación política es fruto del ejercicio de la libertad de los individuos. A través de la discusión pública sobre la cosa pública es posible determinar el bien común.

La democracia es cuestionada por quienes apoyan una aristocracia. Admitiendo que el gobierno debe ser efectuado por el bien del pueblo, el problema es que se recela de la sabiduría del pueblo para gobernarse a sí mismo y se desconfía, al mismo tiempo, de la intención de un tercero para gobernar según los intereses del pueblo. En la historia Heráclito fue la primera persona en plantear el problema que opone un gobierno racional con el gobierno de la mayoría, es decir, entre una aristocracia y una democracia, o entre el gobierno de los sabios y excelsos y el gobierno del número, en fin, entre el gobierno de la razón y el de la fuerza. Tiempo después, Platón expresaba su opinión por boca de Trasímaco, uno de los personajes de La República, que afirmaba que los mejores son los más sabios y que los mejores y más sabios deben gobernar y poseer más que los de menor mérito. En contra del platonismo, del cual derivan todas las ideologías políticas autoritarias, la solución adoptada por la democracia es simple y reconoce una distinción entre las funciones de gobernar y de administrar. Los gobernantes son los representantes directos de los gobernados, son fieles a sus intereses y gobiernan dictando políticas que persiguen salvaguardar y enfatizar dichos intereses. En cambio, los ejecutores de dichas políticas, los administradores, tienen una condición de conocimiento más técnico, es decir, en palabras de Platón serían los sabios. Lo específico de una democracia moderna es que el actuar de los administradores dependen del gobernante, siéndoles responsables, y deben actuar según los objetivos políticos del gobernante según el mandato de la mayoría. Sin embargo, el problema expuesto por Heráclito, es decir, Platón, sobre que un gobierno racional de los mejores es contrario a la democracia, subsiste en nuestros días. Los problemas principales que enfrenta la democracia para un buen gobierno son que los individuos argumentan más con los sentimientos y emociones que con razones objetivas, y que la imagen de los representantes del pueblo puede crearse publicitariamente para adecuarse al deseo de los electores, ocultando la integridad moral, la capacidad intelectual, la dedicación y responsabilidad efectiva del candidato.


El surgimiento de la democracia moderna


La democracia moderna nació en el mundo Occidental tras dos revoluciones políticas: la estadounidense, en 1776, y la francesa, en 1789. Se concretaban de este modo los anhelos evangélicos de libertad, igualdad y fraternidad, atesorados por casi 1800 años desde la prédica de Jesús de Nazaret y repudiados por la nobleza y por el monarquismo del alto clero que optaban por el origen divino de la autoridad política. Se entregaba la soberanía del rey al mismo pueblo. Sin embargo, el problema fundamental fue que la democracia fue una transformación política que estuvo absolutamente desvinculada del ángulo económico. Mientras la sociedad civil aún no se adaptaba a existir en este nuevo régimen político, en las dos últimas décadas del siglo XVII estaba naciendo la Revolución Industrial. Ella comenzó con un invento inocuo pero que terminó en un orden inicuo: el capitalismo. James Watt (1736-1819) no pudo saber entonces que al mejorar la máquina de vapor de Newcomen estaba desencadenando enormes fuerzas físicas y morales, políticas, sociales y económicas. La máquina de vapor y, más tarde, el motor de explosión y la turbina reemplazan el esfuerzo muscular de tanto hombres como animales y funcionan con fácilmente accesibles combustibles provenientes de antiguos organismos biológicos fosilizados en carbón, petróleo y gas natural. Había que aprovechar la riqueza energética para crear riqueza material. Su combustión transformaba ilimitadamente las riquezas naturales en bienes de consumo. Watt había abierto la naturaleza a la codicia, el consumo y el despilfarro. El capital requerido para explotarla produjo la burguesía, que, por su parte, ideó la forma para acumular el capital aprovechándose de la naturaleza. Pronto la burguesía puso una barrera jurídica a este impulso: la propiedad privada del capital, que dividió la sociedad entre burgueses y proletarios, es decir, ricos que ponen su capital y pobres que ponen su propio esfuerzo. El humanista ideal de la democracia había sido completamente sofocado por la economía capitalista, fundada, por el contrario, en tres perversiones humanas: el egoísmo, la codicia y el abuso. El efecto del capital sobre la política es recíproco: el capital coopta a los políticos, mientras la política, así secuestrada, asegura dicha economía.

Podemos conjeturar que el contrahecho orden mundial destinado a explotar el trabajo y la naturaleza por el capitalismo, tanto de libre mercado o liberal como comunista, no puede subsistir. Al nacer se le inoculó un germen autodestructivo y se basa en la necesidad de crecimiento permanente. Para crecer el capitalismo necesita explotar al trabajo humano y la naturaleza; al contrario del trabajo, la naturaleza es irremediablemente finita. El capital es invertido en la naturaleza y es premiado con intereses y beneficios mientras se va acumulando y también concentrándose en cifras inimaginables generando una brecha gigante entre cada vez menos grandes multibillonarios y una masa cada vez mayor y más empobrecida. Mientras la remuneración del trabajador va paulatinamente disminuyendo, la naturaleza se va agotando.

El capitalismo ha dividido políticamente la sociedad en tres estamentos claramente diferenciados: capitalistas, trabajadores por cuenta propia y trabajadores empleados. 1º En política los capitalistas son liberales o conservadores. Los liberales tienen su capital invertido en emprendimientos y desean una mínima injerencia del Estado, lo necesario que permita proteger su inversión de amenazas externas e internas (FF.AA. y policía) y un mínimo la fiscalización comercial, laboral y ambiental. Sus ganancias provienen de las utilidades. Los conservadores tienen su capital invertido en bienes inmuebles o préstamos a plazo. Sus ganancias provienen de las rentas o de los intereses. Requieren un Estado fuerte y represor para que proteja bien sus inversiones. 2º Los trabajadores por cuenta propia son pequeños empresarios y profesionales universitarios a honorarios o sueldos altos que conciben un Estado menos obsecuente a los intereses de los grandes capitalistas. La base de su reducido poder económico es un pequeño capital invertido en su propia fuente de trabajo: la mercadería, los útiles de trabajo, el conocimiento profesional.  3º Los trabajadores empleados son la mayoría en un país y en un mercado donde existe siempre demanda por capital y el capital es invertido en parte para reemplazar el trabajo sus remuneraciones se ven restringidas y constantemente disminuidas. Ellos quisieran un Estado fuerte e independiente de presiones empresariales para que los protegiera. Se valen sólo de su propia fuerza muscular e inteligencia y la disponen casi incondicionalmente por un tiempo determinadamente largo en manos del capitalista con el objeto de obtener un salario.

En una democracia representativa surgen naturalmente los partidos políticos. Aunque estas agrupaciones políticas podrían perseguir objetivos como la ecología, la formación de la juventud o el conocimiento ilustrado, desde que el capitalismo secuestró la democracia, los partidos políticos agrupan a los ciudadanos según la división social que impuso el ordenamiento de la propiedad privada del capital que se vio recién arriba y que se refleja en el espectro político. La derecha está ocupada por liberales y conservadores, en el centro social demócrata están los trabajadores con capital propio. Históricamente, después de la III Internacional Socialista, la izquierda se divide habitualmente entre comunistas y socialistas. La distancia entre las tres divisiones políticas de la sociedad descritas es tan abismal, que la política se ha transformado en la arena de durísimas luchas por el poder, que hace que acordar alguna dirección política beneficiosas sea casi imposible. 

También en una democracia representativa el poder económico ha llegado a secuestrar directamente el poder político a través del soborno y el monopolio de la prensa que imparte sólo su ideología. Los representantes del pueblo, que tiene una mayoría de trabajadores, han tomado gran distancia de sus representados. Ellos se diferencian de los ciudadanos por subidas dietas parlamentarias e imposición de sus candidaturas a los partidos políticos hasta hacer de la actividad política su profesión, que conforman una verdadera oligarquía llamada “clase política” que legisla a espalda del pueblo. Ello ha llegado a producir una apatía electoral general. Las reformas demandadas nunca se llegan a producir. Hace tiempo ya Harold J. Laski reconoció en Reflections on the Revolution of Our Time, 1933, que, “considerando que el Estado pertenece a los poseedores del poder económico, las reformas alcanzan al límite que las clases acaudaladas consentirían sin llegar a las armas”.